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Se trata de una mala noticia, y la escucho reiteradamente entre amigos y gente que …


Por: José Salazar A. Experto en Comunicación y Responsabilidad Social, Profesor en Centrum.

Se trata de una mala noticia, y la escucho reiteradamente entre amigos y gente que no conozco: “He dejado de ver noticieros. Siento que ya no me aportan nada. Por el contrario, me deprimen”. La razón que explica esta decisión tiene que ver con las escenas cotidianas que vemos en la televisión: padres que violan a sus hijos, hijas que maltratan a sus padres; asesinatos y muertes violentas;  accidentes de tránsito y catástrofes domésticas;  robos y secuestros; en definitiva, víctimas por decenas que aparecen con rostros dolidos y llantos incontenibles.
Son las noticias que prácticamente duermen con nosotros y se levantan temprano, a nuestro mismo ritmo. ¿Qué está pasando?, ¿son los medios de comunicación conscientes de este grado de rechazo que se está generando?, ¿tienen algún grado de responsabilidad en la calidad de los contenidos? Hace poco, lancé algunas preguntas similares a un amigo que conduce uno de estos noticieros por la mañana. Mi intención era averiguar qué pensaban, en su canal, sobre el alto grado de violencia que se observa en sus informativos locales. Su respuesta no dejó de preocuparme. Me reveló, con algo de resignación, que el director de su noticiero había decidido difundir este tipo de noticias, entre las 6:30 a.m. y 8:00 a.m., porque “era lo que más veían las personas a esa hora”. Así de claro y contundente.En el reciente simposio de Responsabilidad Social, organizado por Peru 2021, se debatió sobre el aporte de los medios de comunicación en la construcción de una nueva sociedad peruana. Ahí estaban Miguel Humberto Aguirre, Mónica Delta, Federico Salazar y Fritz Dubois, entre otros. Cómo era de esperarse, el tema de la violencia salió en la discusión. Lamentablemente, ninguno de los expositores pudo ofrecer una explicación razonable o alguna autocrítica por el estado de sus propios noticieros. Por el contrario, justificaron esta realidad a la actuación de los dueños de los medios de comunicación, a los reporteros de la calle que usualmente son los primeros en aproximarse a este tipo de eventos y, cómo no, a los televidentes que, afirmaron, demandan este tipo de información. 

No podemos negar la intensidad de la violencia en la vida real de los peruanos. Ésta ha crecido considerablemente, y no solo la delincuencial, sino también la violencia doméstica. Al parecer, vivimos ya en una sociedad enferma, en una época de anomia social que, al parecer, nadie quiere ver y tratar, a pesar de que nos afecta a todos por igual. En medio de esta incertidumbre, ¿cuál es el rol que le corresponde a los medios de comunicación?, ¿cuál es su responsabilidad por el nivel de tratamiento de los contenidos, no sólo de los noticieros, sino de la televisión en general?, ¿qué valores están promoviendo a través de dichos noticieros?, ¿dónde queda su contribución a la formación de una opinión pública bien informada? Aquella tarde, en el simposio, resultó lamentable escuchar que los noticieros están en ese nivel porque “es lo que le gusta a la gente”, frase que conocemos de sobra y que se utiliza para justificar el bajo nivel de la televisión peruana.

Y, claro, como la lectura del rating está indicando que algunos sectores de la población están consumiendo este tipo de noticias, entonces hay que darle más de lo mismo. Pero se trata de una lógica perversa, de una actuación que genera un círculo vicioso que incrementa la violencia. Es un argumento para no asumir responsabilidades individuales y corporativas por la mala calidad de los contenidos. Se trata de un desconocimiento del derecho que tienen las audiencias de recibir información oportuna, veraz pero, sobre todo, de calidad y bien elaborada. Viendo los noticieros, podemos concluir que los años de la violencia terrorista no enseñaron nada. Hoy, al igual que en aquella época, los noticieros no saben -o no quieren- enfrentar este nuevo fenómeno social y esta nueva responsabilidad. En lugar de analizarlo social, sicológica y antropológicamente, sólo exhiben la desgracia que hay alrededor de cada uno de estos hechos con gran sensacionalismo.

La repetición continua y la recreación innecesaria es lo que manda. Se trata, sin duda, de una crudeza que termina afectando el ánimo colectivo y la salud pública. Ni siquiera la etapa electoral pudo alterar el grado de exposición violenta. Los espacios noticiosos comenzaron, como de costumbre, con hechos violentos, cuando lo que se esperaba eran las noticias sobre la campaña electoral, las propuestas y discusiones de los candidatos.

LA ÉTICA COMO PUNTO DE PARTIDA

El periodismo debe tener una función social, la misma que usualmente se le exige a las empresas privadas o públicas que operan en la sociedad. Quizás se olvida que los medios de comunicación son también empresas que originan un producto (información) y que se deben a diversos grupos de interés, siendo el principal de ellos el consumidor de noticias. Por lo tanto, deben actuar de acuerdo a principios y normas de conducta éticas compartidas por todos, dueños, ejecutivos y plana periodística, para que exista un criterio uniforme y no se trabaje sólo en función de presiones comerciales y el rating. La famosa frase de “hay que dar lo que la gente pide” debe ser desterrada de sus planes de negocios… y, claro, de la actitud de los periodistas. El derecho de libertad de expresión que tienen todos los medios de comunicación debe complementarse con el derecho que tienen los ciudadanos a recibir información seria producida con responsabilidad. Basado en esta responsabilidad, deben adoptar políticas de autocontrol y autocensura que les permita hacer un uso responsable de su trabajo diario.

No se trata de ocultar nada. Simplemente, de dar un sentido responsable a la información. Al igual que las empresas que promueven prácticas de RS, su trabajo debe ser guiado por principios éticos (voluntarios) y un código de conducta que promueva información oportuna, verdadera y seria. Pero, sobre todo, un manejo ético de la información que impida ocasionar un daño a la sociedad. Está demostrado que los medios de comunicación ejercen influencia sobre la sociedad, dado el poder que tienen para decidir los temas o historias de mayor relevancia, aquellos que van a estar en el interés público, otorgándoles un espacio determinado que puede ser (des) proporcionado. En otros países, las noticias sobre hechos violentos son empaquetadas en un solo bloque que, en promedio, puede durar tres minutos. Lamentablemente, en el Perú, no siempre el buen gusto de la audiencia termina determinando el interés de los medios por ese asunto. Las empresas periodísticas deben tener una visión más amplia de su gestión empresarial, adoptando una política de responsabilidad social aplicada a su propia actividad. No basta con promover campañas sociales o editar suplementos y espacios para difundir las buenas prácticas de RSE de las empresas peruanas. Quizás sea el momento de que los medios de comunicación se adhieran firmemente a la corriente de responsabilidad social iniciada en el Perú.

Quizás deban analizar seriamente los efectos que sus mensajes están produciendo en una coyuntura social especial para el Perú, buscando el equilibrio entre la difusión de lo real y su tratamiento adecuado. Una primicia, por si no la saben: al final del artículo 14 de la Constitución se lee: “Los medios de comunicación social deben colaborar con el Estado en la educación y en la formación moral y cultural”. Construir un mejor periodismo -responsable, con ética y que refleje mejor la realidad- son tareas aún pendientes en este sector. Esperemos que sólo se trate de una pausa comercial y que, al regresar, nos encontremos con esfuerzos por recuperar la calidad de los productos informativos y, con ello, la credibilidad de los noticieros y de la televisión peruana, en general.







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