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Los llamados “libros enriquecidos” se acercan más a aplicaciones web que a libros en el sentido clásico de la palabra. Sabemos que el reto no está tanto en que los niños y jóvenes aprendan a utilizarlos, sino en que se sientan lo suficientemente a gusto como para interactuar con ellos.


Por Eugenia Mont

Directora de contenidos en SAXO Yo Publico

No creemos en el libro electrónico como la posibilidad de leer en una pantalla lo que se lee tradicionalmente en papel. A inicios del siglo XXI, cuando los diarios empezaban a plantearse la necesidad de contar con una presencia online, los esfuerzos estaban encaminados a que los lectores leyeran la edición impresa en una pantalla tal como ocurriría con un PDF o un microfilm. Es eso lo que ocurre con frecuencia hoy en día: autores y casas editoriales intentan que sus obras se puedan leer a través de una pantalla, manteniendo las características y el diseño de la edición en papel.

Sin embargo, ahora mismo nadie que accede al portal web de un periódico se imagina encontrar el equivalente de la versión impresa, sino más bien una página que se renueva de forma constante con elementos que no pueden aparecer en papel, como blogs de discusión, galerías fotográficas y videos. Este simple hecho cotidiano demuestra que los contenidos en el mundo digital requieren de otras dinámicas y planteamientos que respondan a las expectativas de un público que espera interactividad, actualización permanente y elementos multimedia de las nuevas plataformas.

¿Acaso el e-book puede ofrecer todo esto dentro de su empaque tradicional de libro? Sí, pero bajo esta consideración los llamados “libros enriquecidos” se acercan más a aplicaciones web que a libros en el sentido clásico de la palabra. En la actualidad los libros electrónicos no están masificados en la educación. Sabemos que el reto no está tanto en que los niños y jóvenes aprendan a utilizarlos, sino en que se sientan lo suficientemente a gusto como para interactuar con ellos; incluso cuando no son impuestos ni aleccionados con la posibilidad de una calificación. Hay una brecha entre aprender el código de la lectura -es decir, reconocer letras y palabras y sentidos- y llegar al momento en el que uno disfruta la lectura -y aquí nos referimos a la lectura no solo de un texto sino también de una imagen o un video-.

Llegados a este punto, uno se percata de que es necesario centrarse más en los contenidos y en la manera en que estos son presentados antes que en los formatos y soportes. En ese sentido, consideren lo siguiente, ¿cuál es el número mínimo de páginas a partir del cual un archivo digital puede llamarse libro? En el caso del papel hemos establecido palabras como folletos, brochures, trípticos y panfletos para referirnos a publicaciones consideradas menores, dependiendo más de su corporeidad como documento que del valor de su contenido. No obstante, en el mundo de las publicaciones digitales gozan de popularidad los e-singles, archivos que tienen cerca de veinte páginas y generan entre los lectores la satisfacción de haber leído un “libro” en unas cuantas horas.

Usted, estimado lector, ¿está de acuerdo en llamar e-books a estas publicaciones?, ¿y cuál sería la extensión recomendada de los libros que deben leer los escolares bajo el Plan Lector?, ¿será posible que hayamos divinizado al libro como objeto y que la imprenta, más allá de ser el invento representativo del último milenio, cederá el paso a las tecnologías digitales? Pocas veces nos preguntamos cómo quiere aprender hoy en día un alumno y cómo quiere enseñar hoy en día un profesor. La UNESCO ya utiliza el término m-learning -aprendizaje electrónico móvil- para referirse a los recursos educativos y al proceso de enseñanza que se produce con computadoras portátiles, tablets y equipos de telefonía celular.

Pese a las muchas voces en contra, es notorio que existe una actitud favorable hacia el uso de equipos electrónicos en la educación, porque permite una constante actualización, revaloración y creación de contenidos. ¿Cuál es el espacio que ocupan estos dispositivos y las tecnologías de la información en el aula?, ¿cuáles son los contenidos que pueden generar valor al proceso de la educación? Vivimos inmersos en una crisis educativa permanente.

Quizá sea hora de aceptar que esta crisis es la nueva situación normal y que perdurará, porque es una época donde lo más importante es la reacción ante toda ortodoxia. Como profesores, ¿qué tanto alentamos a que el alumno aprenda algo aun en nuestra ausencia? O en otras palabras, ¿cómo las tecnologías permiten a los alumnos aprender fuera de las aulas? Por último, ¿qué tanto el profesor está dispuesto a ser un complemento y ya no una voz protagónica?

Desde esta perspectiva deberíamos estar agradecidos de esta nueva tecnología: nos permite revisar y replantear nuestro rol en el proceso de aprendizaje del estudiante, incluso a pesar de generar esa incómoda paradoja de que sea lo artificial lo que nos impulse a redescubrir el valor humano detrás de toda actividad docente.

Lee la revista completa de CADE por la Educación 2016 en este link.






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