Por Stakeholders

Lectura de:

Por: Humberto Montalva Köster
Colaborador especial de la Revista Stakeholders


El INCBG (Índice nacional de corrupción y buen gobierno) que publica Transparency International en México brinda datos interesantes y a la vez preocupantes: cerca del 10% de todos los trámites está sometido al pago de mordida. Además, se estima que las familias mexicanas gastan el equivalente a 560 millones de soles en este tipo de actos de corrupción o micro corrupción. Si bien no tenemos datos equivalentes para el caso peruano, un informe de la Contraloría General de la República estimó a 10 000 millones soles el costo anual de la corrupción en el país. Nada menos que el 10 % del presupuesto nacional, lo que equivale a tres veces el presupuesto del sector educación.

Revisando la 10° Encuesta Nacional sobre percepciones de corrupción de ProÉtica (capítulo peruano de Transparency International) encuentro vergonzoso y además tremendamente preocupante que tengamos un perfecto 4 sobre 4 en cuanto a ex-presidentes cuestionados por actos de corrupción se refiere, de los cuales 1 está en prisión y otro prófugo. Pero lo es tanto o más que la micro corrupción, es decir la corrupción del día a día entre ciudadanos de a pie
sea al menos medianamente tolerada por el 72% de los entrevistados por ProÉtica. Esto es más o menos aceptar o tolerar el roba, pero hace obra.

¿Y qué tiene que ver la corrupción con la educación que es de lo que hablamos en esta edición de Stakeholders? Pues mucho. Y no me refiero únicamente al impacto económico que nos permitiría aumentar en varios puntos porcentuales el presupuesto del Sector, sino a una hipótesis mucho más simple: Si tuviéramos mejor educación (en valores), seríamos un país menos corrupto y tanto los ciudadanos como el estado dispondríamos de más y mejores recursos para otras tareas. ¡Así de simple!

Mi experiencia trabajando en programas sociales y en proyectos de desarrollo de capacidades en jóvenes en los que el contacto con el sector empresarial era permanente, me permite inferir también que estas últimas van en la misma dirección que mi hipótesis: cerca del 85% de los empresarios con los que he tenido contacto señala que es preferible tener jóvenes formados en valores, responsables, respetuosos, puntuales y honestos a los que enseñarles la función o actividad profesional propia al puesto de trabajo específico que lo contrario.

Los padres de familia suelen decir que es tarea de la escuela formar a sus hijos en valores, mientras que los colegios dicen que es responsabilidad de los padres. ¿Quién tiene razón? Ambos y ninguno. El trabajo tiene que ser coordinado: lo que se enseña en la escuela debe ser reforzado en casa y en nuestros espacios familiares es clave fortalecer y enriquecer la
enseñanza en valores que el sistema escolar inculca.

Existen metodologías en el mundo para el desarrollo de habilidades blandas, habilidades socioemocionales o valores que incluso son vendidas a empresas de talla mundial para el desarrollo de su capital humano. Sin embargo, antes que optar por cruzar los dedos esperando que nuestros hijos “caigan” en alguna de estas empresas, la prevención y sensibilización en
nuestras escuelas, en nuestros hogares, con nuestros hijos, es la oportunidad de oro para evitarle a la economía, a nuestra economía, un gasto que podría ser reorientado en diversos sectores que lo necesitan como Salud, Educación y Transportes.

En una era en la que reinan la educación virtual, el internet, la conectividad, las aulas virtuales y las TIC en la educación es importante no perder de vista elementos básicos que permitirán que todos esos avances tecnológicos sean utilizados y capitalizados para fomentar el bienestar de todos, pensando en el mediano y largo plazo.







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