Por Stakeholders

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    …que me dedico a la publicidad, ella piensa que soy pianista en un burdel".

    

…que me dedico a la publicidad, ella piensa que soy pianista en un burdel". Recordé este provocativo título de un libro de Jacques Séguéla hace unos días, después de una reunión, con la pequeña variación que, después de la reunión pensé que había que sustituir "publicidad" por "política".
 

La reunión reunió a una veintena de personas de entre 30 y 40 años, que se dedican convencidamente y comprometidamente a la política (algunas, a tiempo completo) que tienen diversas responsabilidades políticas de segundo nivel y, por lo tanto, no frecuentan los medios de comunicación. Su militancia cubría prácticamente todo el arco parlamentario. Las habíamos convocado en ESADE para compartir una reflexión a corazón abierto sobre cómo ven y viven el clima social que se está consolidando con relación a la política y que hemos calificado -no sé si acertadamente- como "desafección".

Se habló con sinceridad y valentía, y se constataron sintonías más allá de la diversidad de opciones. De hecho, salí con la sensación de que, si no hubiera sabido cuál era la militancia política de cada participante, no lo hubiera podido adivinar por el contenido de sus intervenciones. De la reunión me impresionaron diversas cosas, y ahora quisiera destacar dos.

En primer lugar, tengo la impresión de que estamos entrando en una nueva forma de clandestinidad política, estamos consolidando un nuevo tabú. Los que se dedican a la política se están convirtiendo en una modalidad de apestados o proscritos. Y el compromiso político está siguiendo culturalmente los pasos de la religión, y se está -paradójicamente- privatizando. Fue muy compartida la constatación por parte de todos ellos de que cada vez hablan menos de política en sus entornos personales y profesionales. A nadie le gusta ser siempre el chivo expiatorio y llevarse todos los palos. Porque cuando dicen que se dedican a la política la reacción general conmiserativa oscila entre tres opciones: éste debe ser tonto (cómo puede ser que con tu formación pierdas el tiempo en eso?); una persona un poco rara (con la de cosas interesantes y divertidas que hay para hacer…); o un sospechoso en el presente o en el futuro (¿algo jugoso debes sacar, no?). Hasta el punto que constataban que en algunos entornos hablaban de todo menos de política, aunque solo fuera para no acabar enfadados con gente a la que aprecian. Con lo cual, añado yo, se debe multiplicar el círculo vicioso de hablar sólo de política con gente que ya se dedica a ella -sean compañeros de partido o no-, lo que multiplica el tabú. Las anécdotas que reflejan esta nueva clandestinidad cultural se podrían multiplicar. Dos ejemplos recientes, de los que he podido ser testigo: una persona que ejerce una representación parlamentaria reaccionó ante la interpelación de un interlocutor, diciendo que por favor, que él no era un político y que no se sentía cómodo hablando de política; y unas personas que al presentar sus coordenadas personales a un grupo, cuando informaban de su militancia política lo hacían… ¡como una actividad asociativa!: nada de política en sus actividades, por supuesto, sino que su vínculo asociativo era, mira por dónde, un partido político, como para otros lo podía ser una ong o una coral. No le digas a mi madre que me dedico a la política …

Creo que nos estamos dejando arrastrar con una gran frivolidad por la espiral del descrédito de la política. Y olvidamos que la salida de la mala política no es la no-política, sino la buena política. Que lo que se opone a la mala política no son los sermones moralizantes o la autosuficiencia prepotente de los tecnócratas, sino la buena política. Y no hay buena política sin buenos políticos. Y una sociedad no se puede permitir dedicar sus energías o entretenerse de forma mediática sólo en poner a caldo a los malos políticos: también hace falta reconocer, valorar y dar apoyo a los buenos políticos, que valoran su oficio y lo llevan a cabo con dedicación, realismo y como contribución a su entorno social. Quizás sea verdad, como dicen las encuestas, que la gente considera a los políticos como un problema; lo que es seguro es que son también la solución. Una anécdota muy repetida en el mencionado encuentro fue la de encontrarse en una reunión donde después de despotricar a diestro y siniestro de los políticos alguien se daba cuenta de que entre los presentes había quien se dedicaba a la política; entonces, la reacción más común era que los políticos -en general- son unos impresentables, pero que los políticos concretos a los que se conoce son bastantes aceptables… pero una excepción, claro está. (Eso nos tendría que llevar al problema de las encuestas de opinión sobre los políticos, que no siempre aclaran en quién está pensando la gente cuándo opina. Igual lo que ocurre es que la opinión sobre los políticos se elabora pensando en muchos pocos de ellos, y sólo en función de los pocos que salen en los medios de información… que pasan a convertirse en los políticos. Quizás habría que preguntarle también a la gente si conocen personalmente a alguien que se dedica a la política, y contrastar qué opinión tienen: al fin y al cabo no tengo claro si las encuestas de opinión reflejan, refuerzan o crean la valoración que tenemos de los políticos…).

El segundo punto que salió en la reunión fue la constatación de que se está expandiendo lo que yo calificaría de un verdadero cáncer social: el descrédito, el rechazo y la insensibilidad hacia todo lo que es público. Más allá -y más acá- de la política lo que cae en picado es la valoración, la consideración y el respeto hacia el espacio público como tal, y no tan sólo hacia algunos de los que se dedican a él o la sospecha hacia los que lo defienden. Y eso ocurre, en contra de lo que dice el populismo, muy generalizadamente entre personas con nivel profesional y supuestamente cosmopolitas. Los que estaban en la reunión eran muy autocríticos con una cierta dinámica de los partidos, demostraban una gran lucidez (pero sin mucho recursos para canalizarla)… y también señalaban que la espiral del descrédito no era un problema personal, aunque los afectara personalmente: es un problema nacional y de país, y más aún vista la debilidad de nuestros marcos institucionales.

Por eso creo que son muy importantes iniciativas como la que han tenido desde el Espacio Jaume Vicens i Vives, que ha decidido crear unos premios que llevan el nombre del historiador (de quien celebramos este año el centenario de su nacimiento) cuyo objeto es reconocer personas, iniciativas e instituciones que muestran ejemplarmente una dedicación en positivo al servicio del espacio público y del bien común. Porque, si se me permite decirlo en un lenguaje propio de las películas del far-west, ha llegado el momento de no estar sólo contra los malos, sino también a favor de los buenos.







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