Lima, capital y ciudad más poblada del Perú, es conocida por su rica historia y vibrante cultura. Sin embargo, cuando se trata de hablar de áreas verdes, la metrópoli se encuentra relegada en comparación con otras urbes de América Latina. Según un informe de 2022 del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Lima registra apenas 1 m² de área verde por habitante, muy por debajo de los 10 a 15 m² recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En ese sentido, dicho informe revela la desigualdad de la capital peruana en el acceso de áreas verdes, pese a su impacto directo en la salud, el bienestar y la cohesión social. El crecimiento desordenado, sumado a la débil planificación urbana, ha relegado al espacio público a un rol secundario.
¿Por qué Lima es una ciudad con poca arborización?
Lima enfrenta un déficit estructural de áreas verdes que ya no puede explicarse solo como una carencia urbana, sino como el reflejo de décadas de posiciones políticas, normativas y de diseño que relegaron al espacio público a un rol secundario.
Stakeholders conversó con Patricia Alata, directora de Conocimiento de Lima como Vamos, quien señaló que el origen del problema está en cómo ha priorizado históricamente la ocupación del suelo, “Las áreas verdes han sido vistas como un elemento secundario y opcional en Lima”.
Dicho crecimiento urbano se dio privilegiando la vivienda y las vías, omitiendo parques o reduciendo el concepto de áreas verdes a bermas o pequeños metros de pasto, donde los beneficios ambientales y sociales son limitados.
Esa lógica añadió, derivó en una ciudad profundamente desigual, con algunos distritos que lograron conservar parques arborizados y otros donde prácticamente no existen áreas verdes en grandes extensiones.
Desde la arquitectura y el urbanismo, Liliana Miranda Sara, directora ejecutiva del Foro Ciudades para la Vida, coincide en el diagnóstico, aunque retrocede aún más en la cadena de responsabilidades.
Para ella, la raíz del problema se encuentra en las normas que regulan la ciudad. “Son fallas desde el Reglamento Nacional de Edificaciones que no calculan las áreas verdes según el tamaño de población, ni condicionan el aumento de densidad al aumento proporcional de las reservas de áreas verdes y equipamiento”, afirmó. Esa omisión normativa, explica, permite que la ciudad crezca sin asegurar espacios esenciales para la vida urbana.
Alata subrayó que el problema no puede medirse únicamente en metros cuadrados. “Un elemento clave también es que no podemos medir las áreas verdes solo por la extensión total”, sostuvo, al advertir que si bien existe un déficit general, es aún menor la cantidad de áreas verdes disponibles para el disfrute público.
No se trata solo de contar árboles o parques en un plano, sino de evaluar si esos espacios son accesibles, utilizables y pensados para las personas.
Cuando el mall reemplaza al parque
Esta carencia se refleja en un fenómeno que suele generar debate, la aparente preferencia de los limeños por los centros comerciales frente a los parques. Alata aclara que no se trata de una elección cultural, sino de una cuestión de disponibilidad.
“Más que preferencia, hay que entenderlo como una disponibilidad”, explicó, al señalar que son pocos los distritos con áreas verdes utilizables, entendidas como espacios donde las personas pueden sentarse, conversar y jugar, y no solo mirar.
En contraste, los centros comerciales se han multiplicado y atienden necesidades de entretenimiento y encuentro que los parques, en muchos casos, no logran cubrir. Aun así, destaca que las visitas a parques siguen siendo una de las actividades libres más realizadas, lo que confirma su importancia para la población.
Miranda observa esta desconexión desde una mirada más amplia y la vincula con la ausencia de planificación y control urbano. “La ausencia de planificación, así como el débil o también ausente control urbano, definitivamente afectan”, señaló, al enumerar consecuencias que van más allá del espacio público.
Lima, recuerda, tiene una de las peores calidades de aire de América Latina, mientras aumentan las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, el estrés y la agresividad social. En ese contexto, la falta de áreas verdes no es solo un problema estético, sino una amenaza directa a la salud pública.
Qué hace habitable a un parque en Lima
Ambas especialistas coinciden en que los parques cumplen un rol que va mucho más allá del esparcimiento. Para Miranda, existen numerosos estudios que demuestran la relación directa entre ciudadanía y espacio público, razón por la cual se aprobó la Ley de Espacios Públicos y su reglamento.
Los espacios públicos, confirmó, pueden contribuir a la seguridad ciudadana y a la cohesión social, siempre que estén bien diseñados y gestionados.
Alata refuerza esta idea al señalar que los parques son los espacios públicos por excelencia y que deben permitir una diversidad de usos, incorporando árboles que brinden sombra, especies adaptadas al clima, iluminación adecuada, espacios de descanso, puntos de reciclaje y una conectividad que facilite el acceso.
El acceso libre aparece como un punto crítico en este diálogo. Alata advierte que poner límites al uso de los espacios públicos, como condicionar el ingreso al lugar de residencia o al pago, genera barreras que profundizan la desigualdad urbana. Este debate se vuelve especialmente sensible en el caso de los parques zonales.
“Lamentablemente, se intentó cambiar el concepto de parque zonal por club zonal bajo una mirada errada de que ello da un mayor estatus al espacio”, afirmó, al cuestionar el cobro por el uso de áreas verdes básicas.
Para ella, las autoridades crearon los parques para atender necesidades de esparcimiento en distritos con escasez de espacios verdes, por lo que deberían garantizar el acceso gratuito al menos en sus áreas verdes.
Desde el diseño urbano, Miranda coincide en que el problema no se resuelve con más cemento. “Elementos paisajísticos son los que se necesitan, no cemento”, reafirmó, al defender las soluciones basadas en la naturaleza. Estas, explica, reproducen biodiversidad, protegen frente a olas de calor y vientos fuertes, mejoran la calidad del aire y elevan el bienestar de la población.
En una ciudad cada vez más expuesta a temperaturas extremas, la infraestructura ecológica se vuelve una herramienta clave para reducir la sensación térmica y mitigar los efectos del cambio climático.
La conversación entre ambas expertas converge nuevamente en la gestión fragmentada de las áreas verdes. Alata argumentó que, al depender principalmente de los municipios distritales, la calidad y cantidad de espacios verdes está directamente relacionada con el presupuesto local. Esto genera que los distritos con mayores ingresos concentren la mayor cantidad de áreas verdes, mientras otros enfrentan degradación o ausencia total.
Esta fragmentación sostiene, refleja una injusticia urbana que solo puede abordarse con una política metropolitana clara, capaz de orientar la zonificación y la inversión para reverdecer la ciudad de manera equitativa.
¿Puede Lima revertir décadas de abandono verde?
Los proyectos de arborización impulsados en zonas específicas, como las laderas del río Rímac o el Centro Histórico de Lima, son valorados, pero también cuestionados.
Para Alata, su impacto metropolitano es limitado si no forman parte de una política integral. Recuerda que el Plan Local de Cambio Climático 2021 2030 contempla acciones de arborización, pero advierte que, aunque fue aprobado, no está siendo ejecutado, lo que deriva en intervenciones fragmentadas. Los proyectos, afirma, pueden ser transformadores solo si se insertan en un proceso mayor.
Miranda lleva esta reflexión al terreno del futuro urbano. Para ella, la arquitectura debe asumir que la ciudad es un ecosistema vivo y responder a esa realidad incorporando otras disciplinas en la planificación. Las soluciones basadas en la naturaleza, explica, permiten atender necesidades de salud, empleo, movilidad y esparcimiento, integrando a los ecosistemas en la estructura urbana.
La falta de espacio, añade, no puede seguir siendo una excusa. Las paredes, los techos y los balcones pueden convertirse en superficies verdes, mientras corredores de vida pueden reconectar la ciudad con playas, lomas, valles, montañas y ríos.
La posibilidad de alcanzar los 10 a 15 metros cuadrados de áreas verdes por habitante, recomendados internacionalmente, aparece entonces como un escenario realista. Miranda incluso sostiene que, si se aplican estas estrategias de manera sistemática, Lima podría superar los 30 metros cuadrados en un horizonte de 20 años.
Alata coincide en que el cambio es posible, pero insiste en que requiere un giro profundo en la forma de imaginar la ciudad. “Es necesario un cambio de paradigma sobre cómo imaginamos la ciudad”, afirma, al recordar que la precariedad de los parques refleja la precariedad y desigualdad urbana.
En este diálogo implícito entre gestión urbana y arquitectura, Lima aparece como una ciudad que enfrenta una decisión clave. Mantener un modelo de crecimiento que relegó al espacio público o apostar por una transformación que reconozca a las áreas verdes como infraestructura esencial. Las voces de Patricia Alata y Liliana Miranda Sara coinciden en el diagnóstico y en la urgencia.
Recuperar los parques, reverdecer la ciudad y reconectar a la ciudadanía con su territorio no es solo una tarea ambiental, sino una condición indispensable para construir una Lima más justa, saludable y resiliente.









