Aunque el rol del relacionista comunitario surgió en el Perú hace más de 30 años, su importancia ha crecido con el paso del tiempo para asegurar el éxito de diversos proyectos de diversa índole, como la minería. Sin embargo, hay un gran margen de oportunidad, más aún en una coyuntura compleja para el país, no solo por la polarización que existe a raíz de las últimas elecciones, sino por las grandes desigualdades que existen.
Otro aspecto a considerar es que entre enero y junio de este año se registraron 193 casos de conflictos sociales en el país, donde Loreto, Cusco y Áncash son los departamentos que concentran la mayor cantidad de ellos, según data de la Defensoría del Pueblo. Del total de conflictos registrados, un número no menor son por causas socioambientales.
La ausencia del Estado y la falta de inversión pública en las comunidades donde se realiza la actividad minera marca una brecha muy amplia de desarrollo humano y social. Por ello, la comunicación efectiva es clave para un proyecto exitoso.
Para asegurar buenos resultados en todo proyecto se requiere contar con relacionistas comunitarios que faciliten la interacción con todos los miembros de la comunidad y se eviten conflictos graves. Dos ejemplos conocidos son Conga, en Cajamarca, y Tía María, en Arequipa. En la primera se invirtieron 4 800 millones de dólares y la segunda recibió 1 400 millones de dólares. A la fecha, no se pudo retomar el desarrollo de ninguna.
Pieza clave para una buena comunicación
El papel del relacionista es clave en cada etapa del diálogo comunitario y sus acciones deben apuntar a reforzar la confianza de los pobladores locales hacia la empresa, e identificar sus necesidades para generar un ambiente más armonioso mediante eventuales proyectos sociales. Estas iniciativas deben realizarse siempre con el debido soporte técnico y profesional.
En caso de conflictos, el relacionista debe procurar encauzarlos y reducirlos desde sus fases más tempranas. Si su trabajo empieza cuando el conflicto ya alcanzó su punto más crítico, es clave recoger las razones, proyecciones y expectativas de la comunidad para tomar las medidas correctivas más apropiadas. Su objetivo debe ser disminuir la gravedad del conflicto y articular opciones de encuentro entre los involucrados.
Un perfil acorde a toda exigencia
La formación del relacionista comunitario no debe entenderse como una carrera, un periodo de formación o un paquete de conocimientos específicos. Por el contrario, implica una formación continua y una elección cuidadosa de las capacidades que el profesional considere necesarios para cumplir su rol en la organización. Es un estilo de vida que combina la preocupación por el bienestar colectiva de la sociedad y su visión de desarrollo del país.
Es importante que los relacionistas conozcan el marco normativo ambiental y social del país donde laboran y dispongan de herramientas para impulsar el desarrollo de las comunidades en las zonas de impacto. Además de las cualidades éticas mencionadas, estos profesionales deben respetar los principios de propiedad de sus organizaciones y ser honrados, ante todo.
El cumplimiento de estas cualidades en el perfil profesional de todo relacionista asegurará una buena comunicación entre la compañía y la comunidad. Así se evitarán acciones desalineadas del propósito empresarial, como una filantropía ineficiente o conflictos de gravedad para la organización y los pobladores.