La joven investigadora del MIT Jacqueline Prawira encontró una solución inesperada al plástico de un solo uso: convertir escamas de pescado en un material biodegradable tan resistente y versátil como el plástico convencional. Su propuesta aprovecha un desecho abundante para crear bolsas y envases que se degradan sin dejar rastro.
Pero su trabajo no se queda ahí. Prawira también impulsa proyectos que buscan reducir las emisiones del cemento y hacer más limpia la extracción de litio, mostrando que la innovación puede transformar incluso las industrias más contaminantes.
Bioplástico sostenible: el producto de MIT que no compiten con alimentos
Lo esencial, subraya su investigación, es que “no se acumula en vertederos ni flota en los océanos durante décadas”, ya que se desintegra de forma natural bajo condiciones básicas de compostaje.
A diferencia del PLA —producido con cultivos agrícolas como el maíz—, el material creado por Prawira no compite con la cadena alimentaria. Proviene de un desecho abundante: vísceras, pieles y escamas que la industria pesquera genera en millones de toneladas cada año. Al reaprovecharlo, se evita el desperdicio y se impulsa un modelo de economía circular.
Prawira sostiene que este bioplástico “tiene el potencial de reducir la dependencia del petróleo en los productos de un solo uso”, especialmente en el comercio minorista y el sector alimentario.
La visión de Prawira no se limita a los materiales compostables. En el laboratorio del profesor Yet-Ming Chiang ha colaborado en el desarrollo de un proceso de bajo carbono denominado silicate subtraction, que permite fabricar cemento sin recurrir a temperaturas extremas.
Esta innovación podría disminuir significativamente las emisiones del sector construcción, responsable del 8 % de las emisiones globales de CO₂.
La misma tecnología fue adaptada para extraer litio sin generar residuos tóxicos. La iniciativa ya impulsa a Rock Zero, empresa que busca escalar esta solución para la industria energética.
Ciencia con propósito y raíces personales
La idea de convertir escamas en bioplástico nació de una observación cotidiana: la textura y resistencia de los desechos en los mercados asiáticos que Prawira visitaba con su familia. Esa intuición derivó en una innovación premiada que demuestra que la sostenibilidad puede surgir de lo simple y lo local.
Para Prawira, el objetivo es claro: “no se trata solo de reciclar, sino de diseñar materiales pensando en su final de vida”. Su trabajo abre la puerta a una economía circular real y accesible, capaz de ofrecer comodidad sin comprometer al planeta.









