He tenido la suerte de viajar a Chile, invitado por axisrse y la Fundación Carolina, para participar en Santiago en el seminario Nuevas alianzas público-privadas.
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He tenido la suerte de viajar a Chile, invitado por axisrse y la Fundación Carolina, para participar en Santiago en el seminario Nuevas alianzas público-privadas. Desafíos para la Responsabilidad Social en Chile, América Latina y el Caribe. Como siempre que uno se acerca a aquellas tierras, la acogida ha sido de una amabilidad y cariño exquisitos. Pero, además, el contenido ha sido de grandísimo interés. Hace tiempo que vengo diciendo que América Latina es la gran olvidada cuando se trata de auscultar el desarrollo de la RSE. Y, por ejemplo, he podido conocer experiencias como las de la Fundación Caicedo González o la de Comfadi, que ya quisieran para sí muchos países a los que consideramos punteros en RSE.
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El tema del seminario ha sido lo que, en mi opinión, es una de las claves decisivas del desarrollo futuro de la RSE: las alianzas público privadas. Y lo es no tan sólo por las inmensas potencialidades que esconde, sino por los cambios y nuevas capacidades que requiere en los actores involucrados. Si sólo actúan las empresas, tendremos una suma de iniciativas individuales -algunas sin duda muy valiosas-, pero dependientes, al fin y al cabo, de la coyuntura y las circunstancias. Si sólo actúan los gobiernos, probablemente no tendremos otra cosa que las eternas tentaciones reguladoras. El diálogo y los compromisos compartidos entre ambos actores es lo que hoy por hoy puede generar más innovación. Obviamente, cuando el diálogo tiene algún objetivo sustantivo más allá del objetivo de poder decir que hemos dialogado. En este sentido, la creación de partenariados y redes es el factor clave del desarrollo de la RSE, siempre y cuando no se consideren una especie de varita mágica o de bálsamo que todo lo cura, sino en la medida que se apoyan en una visión compartida, lo que requiere construir conjuntamente tanto una visión (o un modelo) de empresa, como una visión (o un modelo) de país.
Ahora bien, este proceso requiere que las partes involucradas deliberen conjuntamente sobre dos cuestiones claves, complementarias entre sí, y que generan graves problemas de relación cuando no están explícitos los supuestos desde los que piensan y actúan los diversos actores. Una es muy conocida y debatida: qué modelo de RSE se quiere potenciar y favorecer. Pero otra pasa más desapercibida, y es decisiva, crucial: la clarificación de lo que buscan los gobiernos al impulsar políticas de RSE. Cada vez estoy más convencido de que lo más imprescindible es -simplemente- llevar a cabo el ejercicio de diálogo y clarificación necesario para que, al menos, sepamos desde dónde piensan y actúan los diversos actores. Desde mi punto de vista, las posiciones de los gobiernos se pueden resumir, a grandes rasgos, en cuatro perfiles. A) Los gobiernos que se acercan a la RSE conscientes de que éste es un nuevo tema de la agenda pública, y se plantean simplemente cómo incorporarlo. Ya que todo indica que hay que añadir una política más a las políticas públicas ya existentes, hagámoslo sin más. Hay que hacer algo (y en este punto, supuesto el punto de partida, es difícil no hacer algo mínimamente presentable), pero a lo mejor no sabemos exactamente por qué hacemos eso, y no otra cosa. Y tal vez lo único que en el fondo esperan los gobiernos de la política de RSE, ya que tienen que incorporarla, es que no les plantee más problemas de los que ya tienen. B) Los gobiernos que se acercan a la RSE golosamente, para competir -normalmente con ventaja- con otras organizaciones e instituciones para obtener recursos económicos provenientes de las empresas. La desgraciada y reduccionista confusión entre RSE y filantropía ha hecho que a veces los gobiernos entiendan su política al respecto como un combate por el talonario de las empresas. Aquí las diferencias son únicamente de estilo: o más burdo o más sutil. C) Los gobiernos que se acercan a la RSE considerándola un componente más de una política orientada a superar la crisis económica y/o de legitimación del Estado (tanto si es un Estado del Bienestar como si no lo es). Aquí nos encontramos con un enfoque que suele mezclar a partes iguales la involucración y la subordinación de las empresas en las políticas públicas. Lo que, por cierto, debería recordarnos una vez más algo que siempre olvidamos: que no son posibles los planteamientos universalmente válidos en RSE porque para entender qué tipo de RSE es posible en cada país es imprescindible conocer las características del marco institucional de dicho país. D) Finalmente, los gobiernos que se acercan a la RSE en clave de gobernanza, y que sitúan sus planteamientos más allá de la crisis del Estado y ponen el foco en cómo definir y resolver conjuntamente los retos que enfrentan las sociedades complejas. Sin que este enfoque deba suponer de ningún modo que el Estado deba ser el único protagonista; ni que empresas y gobiernos desdibujen su perfil y sus ámbitos de responsabilidad; ni que conlleve una pérdida de liderazgo político (lo que requiere es un nuevo tipo de liderazgo político y empresarial). En este contexto, los partenariados público-privados son, sin duda, una puerta al futuro. Pero esta puerta no se abrirá si previamente (o, al menos, simultáneamente) no explicitamos nuestras maneras de entender el qué y el cómo de la aproximación de los gobiernos a la RSE. Fuente:
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