
Por Humberto Montalva Köster
Colaborador Especial de la Revista Stakeholders
Bertrand Piccard y André Borschberg son dos pilotos suizos que decidieron iniciar una aventura al estilo de Julio Verne: Dar la vuelta al mundo a bordo de un avión impulsado exclusivamente por paneles fotovoltaicos. Una apuesta arriesgada y soñadora que mantuvo en vilo al planeta durante cerca de un año y medio y que perseguía un objetivo mayor: demostrar que la energía fotovoltaica (solar) es una alternativa real, incluso en rubros impensables.
Solar Impulse, nombre que recibió el proyecto suizo en el EPFL Scientific Park, desarrolló un avión solar capaz de volar tanto de día como de noche. El diseño de la aeronave fue concebido para reducir al máximo el consumo energético utilizando materiales de última generación. Más de 15 mil células fotovoltaicas se dispusieron a lo largo de los 61 metros de envergadura alar. El periplo se inició en Abu Dhabi un 9 de marzo de 2015 concluyendo en la misma ciudad el 23 de julio del año siguiente. En esos meses Solar Impulse II (nombre específico de la 2° versión de la aeronave) atravesó ciudades como Hawai, Nueva York, Sevilla y El Cairo entre otras.
No intentamos convencer a nadie de que el futuro de la aviación comercial está en la energía solar, sino de que hay que mirar con atención la innovación tecnológica, sobre todo cuando esta busca mejorar la calidad de vida o disminuir el impacto del ser humano sobre el planeta. Grandes proyectos como este son fundamentales pues, más allá del desarrollo tecnológico y su repercusión en la sociedad, alientan y motivan una triangulación necesaria pero difícil de lograr en el mundo actual: un trabajo articulado entre el estado, el sector privado y el mundo académico.
El avión solar no existiría sin el aporte de importantes empresas como Swisscom, Omega, ABB, Deutsche Bank e incluso Nestlé. Menos aún sin la voluntad política en Suiza que dio, en su momento, las herramientas legales y llevó el desarrollo de las energías renovables como alternativa sustentable a largo plazo al nivel de política de estado. Ni hubiera sido posible concretar este megaproyecto sin el aval de la ciencia: el EPFL (Escuela Politécnica Federal de Lausana en Suiza) contribuyó poniendo a sus más renombrados investigadores al servicio del proyecto y sus instalaciones para la construcción del hangar Solar Impulse.
Y ¿por qué estas empresas apoyaron una causa, en muchas casos poco relacionada a su core business y que a pesar de sus avances no tendría un impacto directo en la aviación comercial? Hay muchas respuestas posibles a esta interrogante. Reputación sería una de ellas, pues invertir en energía renovable no solo es necesario, sino que es bien visto a nivel mundial. Otra posible respuesta se relaciona con el aspecto inspiracional de una iniciativa como Solar Impulse. Finalmente, la creación de valor compartido en la medida en que la energía solar es clave para el desarrollo económico de un país es otro elemento destacable.

Lo importante aquí no es imaginar un Airbus A320 o un Boeing 737 recubierto de paneles solares para volar de Nueva York a Tailandia. Es una evidencia incluso que el avión desarrollado por el Solar Impulse Team requiere aún mucho trabajo. Sin embargo, el alcance de la innovación tecnológica, el trabajo de toma de conciencia, la mediatización de estos logros y todo ello con una mirada corporativa responsable, llevarán con seguridad a mejorar la calidad de vida de todos los seres humanos. Un poco como ocurre con las innovaciones realizadas en Formula 1 que son parte de cualquier automóvil de serie años después.