El Desarrollo Sostenible es una preocupación legítima, ¿qué duda cabe?, pero lo cierto es que ello no puede ser óbice para postergar la legítima aspiración de bienestar de sociedades que -como la nuestra- se encuentran en proceso de desarrollo, mas aún si éstas resultan ser las menores responsables de los actuales impactos ambientales.
Sin embargo, algo hay que hacer al respecto. Recapitulemos sobre el origen del denominado “Desarrollo Sostenible”. En 1990, la Organización de las Naciones Unidas encargó a una Comisión presidida por Gro Harlem Brundland -por entonces Primera Ministra de Noruega-, preparar un informe para lo que se denominó la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992. La principal conclusión del informe fue: “Desarrollo sostenible aquél desarrollo que es capaz de satisfacer las necesidades actuales sin comprometer los recursos y posibilidades de las futuras generaciones”.
Lo cual resulta ser una declaración muy sugestiva; no obstante, debemos preguntarnos ¿cómo saber con certeza “las posibilidades de las futuras generaciones”?, ¿acaso ellas no serán capaces de proveerse el bienestar que requieran?, ¿no estaremos maximizando nuestras actitudes paternalistas?
A lo largo de la historia de la humanidad, las personas hemos sabido adaptarnos al medio y hallar soluciones ante los desafíos que se nos presentan. Antes de la invención de la agricultura, los cazadores y recolectores iban en bandadas depredando los valles y los frutos silvestres que allí brotaban, hasta que se dieron cuenta que debían reponerlos o sustituirlos. La carencia siempre fue un gran estímulo para la creatividad e innovación.
Al respecto, un ejemplo clásico para graficar que algo no es sostenible son las actividades extractivas, sin embargo, se suele omitir que para disfrutar de todo el bienestar alcanzado a la fecha resulta indispensable emplear aquellos recursos que se encuentran en la naturaleza, pero que deben ser transformados para convertirlos en productos útiles para la vida cotidiana. No nos estamos refiriendo necesariamente a aquellos productos producidos por lo que se ha denominado la sociedad de consumo.
Pero, en el caso de los equipos metálicos que se requieren para generar energía eléctrica o para captar energía solar, o para trabajar los campos destinados a la agricultura o la construcción de medios de transporte que permiten el intercambio de bienes producidos al interior de los países como entre varios de ellos –sea por vía aérea, marítima, lacustre o por carreteras-. O la construcción de viviendas, en vista que todos requerimos una vivienda digna para nuestros respectivos hogares. O los centros de trabajo, de estudio, de investigación para hacer sostenible aquello que hoy nos genera ciertas dudas y temores.
Tras lo mencionado, entendemos que el desarrollo sostenible también implica el propiciar el desarrollo que provea oportunidades de bienestar a quienes aún se encuentran en condiciones de pobreza y pobreza extrema; por consiguiente, sus niveles de consumo están limitados por su baja productividad. En este sentido, el propiciar calidad de vida otorga razonabilidad al empleo de recursos que podrían ser calificados como no renovables.
Sobre todo, porque cuando las personas disfrutan de calidad de vida suelen valorar otros aspectos que bajo condiciones extremas los dejan de lado, como pudiese ser el recojo, disposición adecuada y transformación de elementos que hayan sido desechados, dando vigencia al enunciado de “Reduce, reúsa, recicla”. Cuando las personas disfrutan de mayores oportunidades de acceso a educación de calidad, a servicios básicos, el ritmo del crecimiento poblacional disminuye así como la morbilidad y mortalidad, pues se reproducen condiciones para la mejora de la calidad de vida.
Confío en que la preocupación por la sostenibilidad del desarrollo no termine por alterar la prelación que siempre debe existir a favor de las personas. Ellas (nosotros) se han constituido en los principales agentes que accionan sobre el capital natural. Por lo tanto, la mayor formación académica las (nos) hará lo suficientemente responsables como para autoimponerse límites que hagan el balance necesario entre la especie humana y el planeta.
En este caso, también, será la humana “ley de la oferta y la demanda” la que finalmente decida cuándo y cómo enfrentaremos “La situación en el Mundo” y no los buenos deseos de un grupo que se autodenomine defensor de la ecología.