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Una lluvia fina y un viento afilado, a ráfagas, se desplegaron sobre Montevideo la noche del 29 de noviembre, mientras José Mujica…

  
Una lluvia fina y un viento afilado, a ráfagas, se desplegaron sobre Montevideo la noche del 29 de noviembre, mientras José Mujica, alias Pepe, con voz emocionada y acento épico-lírico, lanzó su primer discurso como ganador de las elecciones presidenciales de la República Oriental del Uruguay. La multitud que afrontó el viento y la lluvia con alegría festejaba el triunfo con emoción, conscientes de vivir uno de esos raros momentos históricos de comunión entre el pueblo y un líder.
 
Obama en EEUU, Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil, Michelle Bachelet en Chile: algo decisivo se está moviendo en América, desde el Norte al Sur.
Los montevideanos aguantaban en pie el agua y el viento (“es el viento del cambio” se escuchó decir) convencidos de que el triunfo arrollador de Pepe Mujica contra los dos partidos tradicionales unidos (blancos y colorados, o Nacional y Batllista) significaba que la izquierda reformista y democrática tenía otro período de gobierno para continuar su proyecto social, cultural y político.
El nuevo presidente, ministro de Ganadería y senador en el gobierno anterior habló para todos los uruguayos, no sólo para la mayoría absoluta que lo eligió, y quiso destacarlo expresamente: habló de unidad, de conciliación, de acuerdos de gobierno con los otros dos partidos. Y lo dijo sin saber todavía que su triunfo había sido arrollador: casi diez puntos (el 52% del Frente Amplio sobre el 43% de Luis Alberto Lacalle, candidato de compromiso entre blancos y colorados). Fue un discurso
espontáneo, sencillo, nacido del la conjunción entre el corazón y la mente: un discurso conciliador, que tiene como objetivo el porvenir de Uruguay y quiere dejar de lado la forma convencional de hacer política.
Un discurso lleno de ilusión y cuya fuerza estriba en una gran capacidad de emocionar y de comunicación. Dijo que iba a gobernar con moral y honradez, algo que el pueblo uruguayo sabe, y por lo que lo ha premiado, y le tendió la mano a la oposición para que participe del proyecto del Frente Amplio que pretende desarrollar la economía y luchar contra las diferencias sociales.
El sentimiento de Estado y la confianza que inspira este hombre de setenta y cuatro años que en su vida lo ha pasado ya todo: de jefe de la mítica guerrilla tupamara (una de las pocas si no la única guerrilla urbana de América Latina) a rehén durante doce años de la dictadura militar, en condiciones infrahumanas son el bagaje con que ha ganado, más su ruptura de moldes: es campechano y dicharachero, pero eso no cubre la ignorancia; es una forma de seducción,
en un hombre que se interesa por los problemas climáticos, por los alimentos transgénicos, por el desarrollo económico de Nueva Zelanda más que por el castrismo o el chavismo.
Pepe Mujica vive en una chacra (parcela dedicada al cultivo con una humilde vivienda) en las afueras de Montevideo y tuvo que comprarse cinco trajes, luego del triunfo, consciente de que su “pinta” (aspecto) habitual, campechano y directo a veces desconcierta a sus interlocutores. En
la red circula un retrato anónimo del nuevo presidente de Uruguay que vale la pena reproducir: “Los zapatos comunes lo lastiman. Sus pies son un desafío para el podólogo y las hormas. La tierra de su quinta y del camino de su casa siempre viajan con él de algún noto. No tiene perros de raza y con papeles, apenas una perrita común y sin una pata. Los diseños de Armani y Versace no están
pensados para su cuerpo ancho y peludo. Las corbatas de seda no encuentran un cuello donde colgar elegantemente. No huele a Polo, Mont Blanco Dolce & Gabbana. Apenas una colonia popular, después de afeitarse.
Su pelo y las tijeras se resisten mutuamente al encuentro. Su perfil no ofrece garantías de nobleza. La fotografía social no se deleita con su sonrisa.
No practica ningún deporte. El cigarrillo censurado seguramente realiza incursiones clandestinas entre sus labios y sabe gustar de una buena copa o de un mate amargo bien cebado”.
Ha ganado por honestidad y coherencia, que son formas de la nobleza moral. Por su capacidad de comunicación y por su ética.
En ese primer discurso espontáneo, bajo la lluvia, Mujica declaró que no es un nostálgico y eso es algo que ha demostrado siempre: mira hacia delante, no hacia atrás. Hace pocas referencias a su terrible pasado: los doce años que pasó como rehén de la dictadura militar, dos de ellos encerrado en un pozo a diez metros de profundidad, en condiciones infrahumanas; salió de él diciendo que había aprendido a escuchar el grito de las hormigas. Una salud de hierro física y psíquica le permitieron resistir y una vez libre, Mujica y algunos de los miembros de la guerrilla tupamara que sobrevivieron se integraron a la vida política legal, dentro del Frente Amplio, plataforma que abarca todos los espectros de la izquierda, desde los independientes a los comunistas
o socialistas.
El Frente Amplio ganó las elecciones por primera vez en el período anterior, y ha gobernado con equilibrio y ponderación, consiguiendo que el PIB crezca un 7% y ha mejorado las condiciones de las clases más necesitadas: los miles y miles de pensionistas y jubilados de un país que durante la primera mitad del siglo XX fue la Suiza de América, con una economía floreciente y un gobierno socialdemócrata: un Estado protector, una sociedad democrática liberrémica y participativa.
Pero el triunfo de Mujica no es fruto sólo de su personalidad poco convencional, de su forma de hacer política alejada de los cánones habituales; es el triunfo del Frente Amplio, y en especial, de algunos de sus hombres de gobierno, como el presidente saliente, el oncólogo Tabaré Vázquez, quien no quiso presentarse a la reelección, a pesar de contar con un apoyo multitudinario. Se fundieron en un abrazo que despejó cualquier duda acerca de su colaboración; lo mismo sucede
con Danilo Astori, quien ha sido elegido vicepresidente y suscita el apoyo internacional.
Cuando en el mes de marzo el nuevo presidente jure la Constitución, tendrá que hacerlo ante su compañera sentimental desde hace toda la vida, Lucía Topolansky, quien preside la Cámara de senadores. Hija de una familia de la alta clase social, siendo muy joven ingresó en la guerrilla, donde ocupó un lugar destacado hasta caer prisionera; fue bárbaramente torturada, sobrevivió y encabeza la lista más votada del Frente Amplio.
Uruguay ha sido siempre un país excepcional; con un nivel cultural altísimo y una democracia muy avanzada, más de la cuarta parte de la población emprendió el éxodo cuando la dictadura militar dejando el país casi despoblado (“El último en irse que apague la luz” era la pintada jocosa en los muros de la ciudad). La reconversión de los antiguos guerrilleros en partido político fue uno de los éxitos más importantes de la transición, y así ha sido reconocido por los ciudadanos: el ex tupamaro será el nuevo presidente. Pero es un guerrillero arrepentido. Reconoció públicamente, hace varios años, que tomar el camino de las armas fue un error de juventud que propició el alzamiento de los militares y más de una década de sangrienta dictadura.
Durante el secuestro de Miguel Angel Blanco por parte de ETA, con la cual los tupamaros tenían buenas relaciones, Mujica intercedió por su vida, y luego de su asesinato, rompió relaciones con la banda terrorista vasca.
En la actualidad, Lula parece ser un referente mucho más importante que Chávez para el nuevo presidente, y la reforma, un proyecto más real que la revolución.
Su triunfo no ha sorprendido a nadie; lo más sorprendente, quizás, de este período electoral ha sido el resultado del plebiscito sobre el voto de los uruguayos en el exterior. En Uruguay, el voto es obligatorio; por eso, en las dos últimas convocatorias, una de las fuentes para la izquierda eran los numerosísimos uruguayos que se desplazaban a Montevideo desde Buenos Aires o Brasil para votar.
Sin embargo, el plebiscito fue negativo: no aprobaron el voto por correo o consular.
Habrá que esperar cinco años para tener otra ocasión de hacerlo.
Entre tanto, el nuevo presidente ya ha propuesto ceder alguna cartera ministerial al Partido Nacional como forma de implicarlo en el proyecto de Estado, aplicando una de las fórmulas de Mujica, quien les sugirió a los argentinos que se quisieran un poco más entre ellos, para gobernarse mejor. Dicho y hecho: un político que propone la fraternidad. Una lección
a no olvidar.
 
Fuente:
Contenido:Fundación Carolina.
Imagen:Fundación Carolina.






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