
He retrasado bastante tiempo este comentario, en primer lugar, porque quería tener una cierta perspectiva y, en segundo lugar, porque no lo quería mezclar con eventuales debates coyunturales. El origen de lo que planteo se encuentra en un documento que desde el grupo Cristianos Socialistas del PSOE se publicó a raíz del debate sobre la ley del aborto y en un momento en el que la derecha católica (… ¿católica?) se movilizaba contra dicha ley y actuaba como punta de lanza de la derecha pura y simple. Quede claro de entrada que considero este documento un muy buen documento, y que no tendría ningún inconveniente en suscribirlo. No es este el motivo de mi comentario, pues.
La pregunta es otra: ¿cuál es la razón de ser y el impacto de este tipo de documentos? No hay duda de que la respuesta políticamente correcta es la de preservar el pluralismo y evitar el monopolio de los símbolos religiosos cristianos. Pero podríamos reformular la pregunta anterior en otros términos: ¿a quién le importa o le interesa lo que puedan decir? Y, además, ¿quién o qué avanza a base de documentos y notas de prensa? En nuestro contexto la Iglesia -y quizá el cristianismo- han sufrido en muy pocos años dos desplazamientos muy importantes, pero diferentes, que no hay que confundir. En primer lugar, del centro a la periferia social; del centro a la periferia en la ordenación y la transmisión de valores. En segundo lugar, de la exclusividad en la oferta religiosa y de sentido a una situación de (¿libre?) competencia. Y mi opinión es que el segundo desplazamiento es vivido en el fondo como mucho más amenazante y desestabilizador que el primero… simplemente porque, desde sus parámetros de partida, efectivamente, lo es. Pero, en cambio, el debate público aún se plantea por parte de todos como si nos encontráramos en el primer registro (sobre si la Iglesia quiere volver al centro o no … si es que todavía hay centro al que volver, por cierto). Paradójicamente la Iglesia, en todas sus variantes, prefiere mantener ficticiamente el debate en este último planteamiento porque eso, al menos, parece que todavía no cuestiona la pretensión de exclusividad o, al menos, legitima una pretensión de preeminencia por encima de la competencia. Por eso la derecha católica (… ¿católica?) sobreactúa, y quiere compensar con ruido mediático y epidérmicas movilizaciones masivas la pérdida de influencia social, es decir, los dos desplazamientos mencionados arriba … especialmente el segundo.
¿Y qué tiene que ver todo ello con el citado documento? (un muy buen documento, reitero, para que nadie vea cosas que no son). Pues que pone de manifiesto una paradoja realmente sorprendente: la posibilidad -y la realidad- de un discurso de izquierdas a partir y en el marco de una agenda conservadora. Porque en términos generales (y estoy dispuesto a aceptar todos los contraejemplos que sean necesarios), esta voz de izquierdas se hace pública habitualmente o a partir de o con relación a los temas de la agenda conservadora, a la que parece que se oponen pero que por esta misma razón confirman y refuerzan. Por eso los oímos básicamente o contrarrestando declaraciones o acciones episcopales; o sobre temas socialmente controvertidos relacionados con la sexualidad y la reproducción (que Benedicto XVI, inteligentmente como no podría ser de otro modo, ha reconvertido en ética de la vida); o sobre la presencia de símbolos y temáticas religiosos (especialmente en el mundo de la educación). Pero rara vez los oiremos decir algo sobre otros temas controvertidos de carácter explícitamente «social», como por ejemplo, por decir algo, la asignación y el uso de las ayudas al desarrollo, la política exterior respecto al Sahara o la aplicación de la ley de dependencia … tal vez porque piensan que no es necesario, puesto que parten del supuesto de que los únicos que tienen una auténtica preocupación social son ellos, y aquí ya no hay debate posible. Para no entrar en temas ya de por sí bastante laberínticos, como el Estatut de Catalunya, cuyos recortes han merecido un esplendoroso silencio por parte de los progres pata negra (incluidos los cristianos, socialistas … y conservadores), que sin embargo nunca dejan de piar cuando el trato injusto afecta, por ejemplo, a naciones o regiones de América Latina. Y al final, en resumidas cuentas, todos los discursos de unos y otros se retroalimentan, resultan previsibles y, en este sentido, convencionales por ambas bandas. Discursos que, no hace falta decirlo, se pueden ir repitiendo, como una partida de ajedrez que comenzó hace mucho tiempo, y que se eterniza bajo la mirada aburrida de los pocos aficionados al ajedrez que quedan.
Volvemos pues al problema de fondo que, más allá de la anécdota, de los cristianos y de la Iglesia, esta situación, como una especie de síntoma, nos plantea. En el cambio de época que estamos viviendo, las cuestiones ya no se juegan sólo en lo que pensamos sino, sobre todo, en el sobre qué pensamos y desde dónde. Los temas de debate ya no son (sólo) los contenidos sino (sobre todo) las agendas y los marcos de referencia. La cuestión ya no es sólo si vemos la realidad roja o azul, sino si somos capaces de ver las gafas que llevamos, y no simplemente a través de ellas. Porque las gafas no son los contenidos ideológicos que proponemos, sino los patrones mentales y los hábitos de conducta que los sostienen y, por tanto, que nos arrastran más que los arrastramos nosotros. Y como las gafas son lo que nos permite ver, pero no las vemos, trabajar esta capacidad de verlas (para poder llevarlas al menos con conciencia) pide crear unos espacios de diálogo bien peculiares, dado que este trabajo presupone un compromiso personal, pero no se puede llevar a cabo aisladamente o individualmente. Espacios de diálogo donde lo fundamental sea reunir miradas diversas que se puedan cruzar entre ellas desde el supuesto de que no se trata simplemente de compartir o debatir puntos de vista sino, en último término, de acompañarse mutuamente hacia el deseo de ver más claro (y, probablemente, diferente), con una mirada más limpia … y dispuestos a no quedar atrapados por las gafas de siempre y, a lo mejor, a dejarlas de lado. Después de todo, alguien ya dijo que serían felices y que verían los limpios de corazón, no los que llevaran las gafas más limpias o más a la moda.
Por: Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales de ESADE