Los investigadores de la Universidad McGill han desarrollado una batería biodegradable y flexible capaz de alimentar dispositivos portátiles sin recurrir a metales tóxicos ni procesos de reciclaje complejos. El avance combina materiales simples como gelatina y magnesio con un diseño inspirado en los limones y en el arte japonés del kirigami.
Esta nueva tecnología ofrece una alternativa sostenible para wearables, sensores médicos y dispositivos del Internet de las Cosas, ya que puede degradarse por completo en semanas sin dejar residuos nocivos. Su elasticidad y estabilidad la convierten en una opción prometedora para impulsar el desarrollo de electrónica limpia y adaptable.
Gelatina, magnesio y ácidos cítricos: la receta detrás de la batería biodegradable
El diseño parte de una idea tan simple como revolucionaria: utilizar gelatina como electrolito blando, combinada con electrodos de magnesio y molibdeno, metales que se degradan fácilmente en el suelo.
El principal obstáculo era la capa pasivadora que el magnesio genera y que interrumpe la reacción electroquímica. La solución llegó inspirada en los limones: los científicos añadieron ácido cítrico y láctico a la gelatina para romper esa barrera, aumentar la conductividad y prolongar la vida útil de la celda.
La innovación también es estructural. Inspirados en el kirigami, el arte japonés de cortar y plegar papel, los investigadores diseñaron un patrón que permite que la batería se estire hasta un 80 % sin perder rendimiento, una característica clave para integrarse en ropa inteligente, sensores médicos flexibles y wearables que deban adaptarse al movimiento.
Pruebas de rendimiento y degradación total
Para demostrar su viabilidad, el equipo creó un sensor de presión para el dedo alimentado por una microbatería de solo 1 × 1 cm. Aunque su potencia fue ligeramente menor a la de una pila AA, fue más que suficiente para dispositivos de baja demanda energética.
Una vez agotada, la batería se sumergió en una solución salina: la gelatina y el magnesio se descompusieron en menos de dos meses, mientras que el molibdeno mostró una degradación más lenta pero con impacto ambiental mínimo frente a los metales pesados usados en baterías convencionales.
Este avance confirma que es posible fabricar baterías seguras, flexibles y capaces de desaparecer sin dejar residuos tóxicos, una ventaja crucial en aplicaciones clínicas con sensores e implantes temporales. También abre oportunidades en sectores como agricultura de precisión, monitoreo ambiental urbano, biomonitoreo de fauna y el creciente mercado IoT.
Más allá del laboratorio, esta tecnología impulsa un enfoque de diseño eco-responsable, donde las baterías no están hechas para durar indefinidamente, sino para cumplir su función y desaparecer sin contaminar. De avanzar su desarrollo, podría reducir la dependencia de materiales críticos y fortalecer la economía circular en la electrónica sostenible.









