Un informe del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático revela que avanzar hacia un sistema alimentario sostenible podría reducir de forma significativa las emisiones globales, mejorar la salud humana y aumentar las probabilidades de cumplir los objetivos climáticos del Acuerdo de París.

Un estudio publicado en Nature Food explica cómo su transformación ayudaría a frenar el cambio climático y fortalecer la salud y la equidad social.
Un estudio publicado en Nature Food explica cómo su transformación ayudaría a frenar el cambio climático y fortalecer la salud y la equidad social.

Por Stakeholders

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Transformar el sistema alimentario mundial se perfila como una de las estrategias más efectivas para enfrentar la crisis climática. Un estudio del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático (PIK), publicado en Nature Food, advierte que cambiar la forma en que se producen los alimentos podría ser determinante para limitar el calentamiento global en las próximas décadas.

La investigación también subraya que este giro tendría impactos positivos más allá del clima: desde mejoras sustanciales en la salud pública y la reducción de enfermedades asociadas a la dieta, hasta avances en la equidad social, protección ambiental y resiliencia económica a escala global.

El sistema alimentario mundial concentra una de las mayores soluciones contra el cambio climático

Actualmente, el sistema alimentario es responsable de cerca de un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una carga climática comparable a la del sector energético.

El estudio analizó 23 posibles palancas de transformación y concluyó que, si el sistema alimentario mundial migra hacia un modelo sostenible, las probabilidades de mantener el aumento de la temperatura por debajo de 1,5 °C en 2050 alcanzarían el 38 %, mientras que las de no superar los 2 °C se elevarían hasta el 91 %.

Los investigadores subrayan que el impacto sería aún mayor si esta transición se combina con otras medidas estructurales, como el abandono acelerado de los combustibles fósiles, un menor crecimiento demográfico, el impulso a materiales sostenibles, como los bioplásticos, y el mayor uso de madera en la construcción.

Más allá del clima, los beneficios sociales y sanitarios son significativos. Según el autor principal del informe, Benjamin Bodirsky, un sistema alimentario sostenible “reduciría los riesgos asociados a la dieta, como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, aumentaría la esperanza de vida y contribuiría a disminuir la pobreza extrema”.

Además, permitiría reducir la contaminación por nitrógeno y avanzar hacia una mayor equidad social, especialmente en países de bajos ingresos.

La propuesta se apoya en la llamada “dieta planetaria saludable”, que promueve un menor consumo de azúcar, carne y lácteos, y prioriza legumbres, frutas, verduras, frutos secos y cereales integrales. A ello se suman medidas como la agricultura sostenible, la conservación ambiental, la reducción de barreras comerciales y la promoción de salarios dignos.

El contraste con los modelos actuales es claro: los sistemas alimentarios insostenibles concentran emisiones, degradan suelos y agua, y alimentan problemas de salud como la obesidad y la desnutrición.

La evidencia científica es contundente: reformar cómo producimos y consumimos alimentos es clave para un futuro más saludable, resiliente y justo, sin dejar a nadie atrás.

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