
En el corazón del desierto de Atacama, uno de los lugares más áridos y soleados del planeta, se está gestando una transformación energética que ha colocado a Chile en el radar global. Lo que antes era solo una vasta extensión de arena y sol, hoy se ha convertido en el epicentro de la revolución solar latinoamericana.
La región norte del país, especialmente las zonas de Antofagasta, Atacama y Coquimbo, cuenta con una de las radiaciones solares más altas del mundo, una ventaja natural que Chile ha sabido aprovechar con visión de largo plazo. Desde hace más de una década, el país ha apostado decididamente por una transición energética basada en fuentes limpias, con la energía solar como pilar estratégico de su matriz.
En junio de 2014, Chile inauguró su primera gran planta solar fotovoltaica de 100 megavatios en pleno desierto. Era, en ese momento, la más grande de América Latina. Desde entonces, la expansión ha sido imparable. Nuevos parques solares se han multiplicado por el norte, mientras la producción de energía solar se ha triplicado en menos de diez años.
Hoy, esta fuente representa más del 30% de la capacidad instalada de energías renovables del país, con más de 11.500 MW operativos según datos del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) a mayo de 2025.
Expansión de la energía solar en Chile
Pero el auge no se limita al norte. Las regiones del centro-sur, como Maule, Ñuble y Biobío, han empezado a consolidarse como nuevos polos de generación distribuida y autoconsumo industrial, sobre todo en sectores como el agrícola, forestal y comercial. Este fenómeno refleja no solo una expansión geográfica, sino también una democratización del acceso a la energía solar, impulsada por la necesidad de reducir costos, aumentar la eficiencia y reforzar el compromiso ambiental de empresas y comunidades.
A ello se suma la creciente incorporación de tecnologías como el monitoreo remoto y la inteligencia artificial para optimizar el rendimiento de los sistemas solares, prevenir fallas y administrar mejor los recursos. Paralelamente, el almacenamiento energético se ha convertido en un eje clave para gestionar los excedentes de generación y enfrentar los cuellos de botella que aún persisten en las redes de transmisión.
Según proyecciones del sector, si se logran destrabar estos cuellos —mediante la modernización de la infraestructura eléctrica y el fomento al almacenamiento y autoconsumo—, la energía solar podría superar el 50% de la matriz energética chilena antes de 2040. Una meta ambiciosa, pero alcanzable, si se considera que Chile ya lidera en capacidad instalada de energías renovables en la región y su crecimiento proyectado podría cuadruplicarse hacia el final de la década.
El caso chileno se ha convertido en un ejemplo de cómo una política energética sostenida, combinada con condiciones geográficas únicas, puede transformar a un país en referente global en transición verde. Desde el desierto más seco del mundo, Chile está demostrando que el futuro energético no solo es renovable, sino también alcanzable.