
Hace doce años, Ximena Otero escuchó una frase que cambiaría su vida: “tienes cáncer de mama”. Hoy, desde la Gerencia de Recaudación, Marketing y Comunicaciones de la Fundación Peruana de Cáncer, transforma aquel miedo inicial en el propósito de acompañar, sensibilizar y luchar para que más peruanas puedan detectar a tiempo la enfermedad que logró superar.
Aunque su voz ahora transmite serenidad, en sus pausas aún se percibe la fuerza de quien atravesó una larga batalla. A sus 53 años, con una sonrisa cálida, tiene la certeza de haber encontrado el propósito que da sentido a su vida. “Contar mi historia me reconfirma por qué estoy hoy en la Fundación Peruana de Cáncer”, dice con convicción.
Un diagnóstico a tiempo
En 2013, un control médico rutinario —por insistencia de una operadora y el ojo clínico de un médico— reveló un pequeño tumor maligno. “Fue un hallazgo. Me habían dicho que todo estaba perfecto una semana antes, y de pronto escuché esas palabras aterradoras: ‘tienes cáncer de mama’”, recuerda.
El diagnóstico llegó como un golpe seco. Miedo, desconcierto y negación fueron algunas de las emociones que la invadieron en los pasillos de un centro médico en Lima. “Cuando regresé a casa, sentí que entraba a un velorio. Todos lloraban, y yo solo pensaba que tenía que luchar. Les dije: esto recién empieza, voy a salir adelante”, rememora.
En ese instante, Ximena decidió que el cáncer no sería el final de su historia, sino el inicio de una nueva versión de sí misma. Aunque el tumor era agresivo, detectarlo a tiempo le permitió acceder a más alternativas de tratamiento.
“Si hubiera esperado un año más, probablemente no estaría aquí”, afirma. El diagnóstico temprano fue su salvavidas; un mensaje que hoy repite incansablemente desde su labor en la Fundación.
Su tratamiento fue largo y exigente: 16 quimioterapias, 31 sesiones de radioterapia, un año de terapia biológica y cinco años de medicación oral. En total, siete años de lucha en los que su temple —y el apoyo de su familia— fueron fundamentales.
“No solo peleas contra el dolor físico; también contra la tristeza, la incertidumbre y el miedo. Es una guerra silenciosa que libras cada día contigo misma”, afirma Ximena, quien tuvo como ancla también a su fe católica.
Una vocación encontrada
Ximena recuerda que, durante las largas horas de quimioterapia, encontró una inesperada red de apoyo: pacientes como ella que asistían a sus tratamientos con esperanza. “Compartes la sala con otras mujeres que viven lo mismo. No importa quién eres ni de dónde vienes; solo hay comprensión y empatía. Te das fuerza mutuamente sin decir mucho, solo con mirarte”, asegura.
Aquellos encuentros sembraron una semilla que años después florecería en vocación. Aunque su vida profesional estaba anclada en el mundo corporativo —ocupaba un cargo regional en IBM—, algo empezó a cambiar en su interior. “Mi trabajo era bueno, reconocía el éxito, pero dejó de llenarme. Sentía que necesitaba hacer algo que tuviera un sentido más profundo”.
Esa búsqueda se intensificó tras una pérdida aún más dura: la muerte de su hijo Santiago, en 2017. En honor a él fundó Vuela Colibrí, un emprendimiento social dedicado a promover la inclusión de personas con discapacidad. “Él fue el colibrí, la inspiración. Trabajábamos para que los espacios públicos fueran accesibles, para que la inclusión fuera real”, cuenta.
El proyecto no sobrevivió a la pandemia, pero la vocación quedó intacta. En 2025, Ximena se incorporó a la Fundación Peruana de Cáncer como Gerente de Recaudación, Marketing y Comunicaciones. “Regresé al cáncer, pero desde otro lugar. Hoy trabajo para los pacientes que no tienen los recursos que yo tuve. Ellos son mi causa”.
Desde la Fundación, Ximena impulsa campañas de prevención y recaudo con un enfoque humano. Sabe que la falta de cultura de prevención en el país es un desafío enorme: “El 70% de los casos se detecta en estadios avanzados. Es como empezar un partido tres a cero. No hay tiempo que perder”. Cada mes de octubre insiste en el mensaje que resume su experiencia: “La detección temprana salva vidas. La mamografía no es un trámite, es una oportunidad de seguir viviendo”.
Por eso, a más de una década del diagnóstico, sigue asistiendo a sus controles cada seis meses. Aunque podría hacerlo una vez al año, siempre prefiere regresar antes. “Quiero que me revisen, quiero estar segura”, finaliza.