Por Stakeholders
Lectura de:
María Ángela Prialé
Vicedecana de la carrera de Administración de la UP
Quienes han servido como voluntarios, ya sea de forma individual o adhiriéndose a iniciativas institucionales, son prueba de la existencia de personas que interpeladas por las dificultades económicas, sociales o ambientales de su contexto deciden aportar su tiempo y sus capacidades para contribuir a mitigarlas. La energía desplegada por los voluntarios es un recurso sostenible que cuando es aprovechado en programas implementados con efectividad, fruto de alianzas sólidas entre empresas, entidades de la sociedad civil, organizaciones no gubernamentales (ONG) y entidades públicas, producen un alto impacto social positivo.
Para dimensionar el potencial efecto de la movilización de voluntarios en la mejora de las condiciones de vida y en la apuesta por el desarrollo sostenible basta con recordar el resultado de la participación de más de 40 mil ciudadanos en los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos de Lima 2019 o el obtenido por el Proyecto Especial Bicentenario, que en 2020 consiguió activar a más de 7 mil personas que brindaron soporte emocional a más de 100 mil adultos mayores y personas con discapacidad severa.
En los últimos años observamos un creciente compromiso de las empresas por usar esta fuerza voluntaria a través del llamado voluntariado corporativo. De hecho, en Latinoamérica, en el período 2015-2020, se produjo un boom en el desarrollo de estos programas. Los datos muestran que casi la mitad de las empresas que han puesto en marcha un programa de voluntariado corporativo lo hizo en los últimos 5 años (Voluntare, 2020). No solo ello, sino que la mayoría de las empresas reportan que la participación de sus trabajadores oscila entre el 21% y 50% y que destinan una partida presupuestal específica para respaldar el desarrollo de estas iniciativas (Voluntare, 2020). En el caso del Perú, ya en 2017, un 30% de las empresas que declaraba prácticas de voluntariado corporativo contaba con un responsable de desarrollar estos proyectos contratado a tiempo completo (Guevara, R. y Ramírez, C., 2017).
La COVID-19 no ha hecho sino incrementar la participación y compromiso de los empleados con estas acciones y ha acelerado la adaptación de los programas para una ejecución no presencial que, en el caso de las empresas Latinoamericanas con programas de voluntariado, corresponde al 91% de las acciones implementadas. En opinión de las propias empresas estas cifras seguirán creciendo y en los próximos años la fuerza del voluntariado corporativo se desplegará con mayor intensidad (Voluntare, 2020).
Este balance invita a reflexionar acerca del valor estratégico de este fenómeno para la integración de la sostenibilidad dentro de las empresas. En ese sentido lo primero a destacar es la necesidad de que los programas se orienten al negocio y al expertise de la empresa. Si el voluntariado se alinea e integra en los planes de desarrollo sostenible de la empresa y, recoge las preocupaciones de sus stakeholders- especialmente los clientes-, la organización podrá apropiarse de sus beneficios, entre los que destacan la captación y retención del talento, la consolidación del trabajo
en equipo, la mejora del clima laboral e incluso la imagen y reputación de la empresa. Además, para que las iniciativas de voluntariado contribuyan con la visión de sostenibilidad de la compañía los resultados deben ser medibles.
Un elemento adicional referido al impacto social, es que este es mayor cuando las iniciativas de voluntariado se orientan a la atención de problemas de interés nacional, como los marcados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Priorizar acciones en torno a esa problemática induce de manera orgánica la construcción de alianzas pues llaman la atención de los medios de comunicación, apelan a la conciencia del ciudadano y atraen actores con inquietudes similares. De ese modo, se empieza a construir un ecosistema de colaboración con resultados de impacto más tangibles.
