

Presidente Beneficencia de Lima
Este viejo refrán proveniente de la antigua Roma, es probablemente también el origen donde se comienza a forjar el primigenio concepto de reputación. La simplificación del dicho es muy simple ‘uno
no solo debe serlo, sino parecerlo’.
El término reputación proviene del latín ‘reputatio’ y se refiere a la idea, concepto u opinión que uno se forma sobre un tercero, ya sea persona, cosa o una empresa. En buena cuenta la reputación la decodifica un externo. Uno se puede portar bien, pero, una mala señal, un mensaje sin claridad, puede ser mal leído y por lo tanto convertirse en una percepción errada y eso se traduce en una ‘mala reputación’.
Y, como es bien sabido, ‘la percepción… es la realidad’. Ese ‘feeling’, presentimiento, sensación o sospecha, que me formo sobre un tercero, para mí se termina convirtiendo en la verdad sobre él, y así interpreto yo su reputación.
Una palabra mal dicha, un gesto inadecuado, una acción o reacción fuera de lugar, pueden tener un impacto muy negativo en los terceros.
Surge por tanto la pregunta: ¿es tan importante la reputación? Si pareciese que puede ser tan ligera y por tanto lejana de la realidad, vale la pena hacer esfuerzos por tener una buena reputación.
La respuesta se cae de madura, claramente SÍ. En primer lugar porque la buena reputación debiese ser una muestra de coherencia. Si uno actúa de una manera correcta, entonces la percepción natural que generaremos es que actuamos correctamente. Si somos responsables y comprometidos, incluso aunque el resultado no sea el óptimo, o el esperado, entonces generaremos la idea en el otro de ser serios y confiables.
Yendo un paso atrás si queremos tener una buena reputación, tenemos que actuar bien. Esforzarnos por hacer las cosas de una manera correcta. Cumplir con los manuales e incluso cuando actuemos disruptivamente no salirnos del recto camino. Eso nos enriquecerá como personas y de esa manera estaremos haciendo fuerte y sólida a la empresa a la que nos debemos.
Lo contrario, es decir, hacer las cosas solo como un maquillaje exterior, tarde o temprano termina descubriéndose y esa incoherencia termina en una mala reputación.
Un error muy común en la publicidad es utilizar atributos que no necesariamente corresponden a lo que el producto es. Ese es un ejemplo muy claro de lo que no se debe hacer. Porque no tiene de donde sostenerse.
Poniendo un caso burdo, si el sabor de un refresco no es agradable para un niño, pretender que solo por un comercial los menores consuman ese producto, solo será contraproducente. O anunciar una cadena de comercialización que ‘está muy cerca a ti’, y no la encuentras por ningún lugar, solo logrará que te consideren una marca mentirosa.
Si las empresas, como cultura corporativa, entendemos la importancia de actuar bien, con transparencia e integridad, seremos percibidas como tales. Lo contrario ya es historia conocida.
Guillermo Ackermann Menacho, Presidente Beneficencia de Lima
La reputación abarca todo los ámbitos, el personal y el corporativo. Una atención displicente en una oficina, un servicio incompleto, o solo por salir del paso, y que no resuelva el problema, o sencillamente no dar respuesta a un reclamo, puede destruir una marca.
Hagamos todos los esfuerzos por actuar bien. Por estar muy atentos a las necesidades de los clientes, por entender cuáles son sus pedidos y absolverlos, así estaremos satisfaciendo las expectativas y creando una
‘buena reputación’.
Si las empresas, como cultura corporativa, entendemos la importancia de actuar bien, con transparencia e
integridad, seremos percibidas como tales. Lo contrario ya es historia conocida.