Mi “Mechita” es una pescadería de origen humilde, pero con una pretensión y un ímpetu de hierro, de ésos que caracteriza a los emprendedores que están dispuestos a salir al mercado, filtrarse por algún resquicio y demostrar que su opción puede ser valorada y debidamente recompensada por los consumidores.
Es así que se inicia “Mechita”. A pesar de los años transcurridos, su titular se levanta muy temprano; su jornada comienza casi al alba, pues debe trasladarse al terminal pesquero de Ventanilla para escoger los mejores pescados. Su señora se encarga de las verduras y de todo aquello que junto a las manos de don Augusto garantizarán un sabroso ceviche o parihuela, o algunos otros platos de la infinita culinaria peruana que se le ha dado por mixturarse con alegría y sazón local e internacional.
Augusto es un hombre de edad mediana, pasa los treinta pero no llega a los cincuenta. Recuerda que hace poco más de veinte años discutía con el serenazgo por la disposición de su carretilla, por los vasitos descartables que los clientes iban dejando regados por el camino. “¡Ceviche de a sol!” pregonaba con entusiasmo, al tiempo que atraía más clientela. Hasta que atraje a Mechita y así se fue quedando hasta que se quedó conmigo”.
Meche es hija de otro emprendedor (su padre, migrante de Cutervo en Apurímac, trabajó como mozo al llegar a Lima, luego adquirió un vehículo, se dedicó al taxi por muchos años y ahora tiene varias unidades de transporte que hacen la ruta del centro de Lima a Ventanilla y viceversa). “La necesidad hizo que cree mi empleo, dejé de estudiar porque los tiempos estaban difíciles, pero no me dejé llevar por la queja o por achacarle a otros mis problemas. La vida es así, por eso hay que enfrentarla y salir adelante”.
“Cuando Augusto acababa sus fuentes de ceviche empezamos a salir. Primero iba y le compraba un vaso, como estaba agradable, pasamos a la bolsita-. Él me decía, ‘te lo regalaría todo, hasta la cáscara del limón; pero mañana no tendría como ofrecerte otro ceviche’”. Augusto asiente y remarca – “¡Bueno, ya!, para ti tres porciones por dos soles y de yapa mi anticucho de corazón. Pero tú lo preparas”. Meche: “Así nos fuimos juntando y aquí estamos”.
De la microempresa donde trabajaba Augusto y luego Meche, y posteriormente sus tres hijos -que aunque aún jovenzuelos ya tienen basta experiencia en lo que es conducir, cuidar y proyectar un negocio-, ahora Mechita se enorgullece de sus seis locales propios y de las más de treinta personas que tienen directamente a su cargo, además de la reciente adquisición de un camioncito frigorífico. “Es preferible traer el pescado del norte”- asiente Augusto.
Aún somos menos de treinta millones de peruanos, hemos pasado muchas vicisitudes, pero por sobre todo somos un pueblo creativo, emprendedor, dispuesto a lucharla en buena lid y crecer. “Claro que no es fácil”, precisa Meche. “Aunque uno sea muy pequeño, siempre habrá alguien que no quiera jugar limpio. Cuántas veces a Augusto quisieron voltearle la carretilla porque no quiso pagar a un zángano delincuente, o un abusivo que nos quiso meter en problemas para que le pidamos prestado y luego nos cobre una tasa altísima; tampoco faltó alguien que nos pedía algún ‘apoyo’ para dejarnos trabajar.”
“Crearse y crear empleo no es fácil, es duro, mucho sacrificio”-concluye Meche-. “Hay desconfianza y dificultades, pero no hay que dejarse doblegar. A mi carretilla le puse ‘El Gran Pejerrey’, así dibujadito estaba. Sabía que el pejerrey es chico, pero yo quería ser grande y hoy vamos subiendo los peldaños”, finaliza Augusto. Las micro, pequeñas y medianas empresas son un ejemplo positivo de ello. “Cimientos fuertes y entereza (valor) para avanzar”-, eso es lo que Meche nos dice que le repite a sus hijos.
Las Micro y Pequeñas Empresas son una respuesta creativa y saludable a las circunstancias por las que atravesó el Perú. Estos empresarios pasaron de la calle al puesto alquilado y del puesto al stand en un centro comercial o a una tienda propia. Reunieron a su familia, les contaron sus planes que luego se convirtieron en proyectos con el apoyo de alguna institución financiera. La tasa aún es alta, sí; pero el riesgo también lo es. La morosidad sigue con niveles óptimos, por debajo del dos por ciento, pero empieza a empinarse. ¿Será el impacto de la confusión en que se encuentran algunos compatriotas zarandeados por propuestas de todo tipo que empiezan a retraer la inversión privada? Esperemos que sea un bache pasajero y que recuperemos la velocidad de crecimiento.
Antes, las microempresas y Pymes estaban principalmente concentradas en Lima; ahora también surgen en el interior del país. La llegada de grandes empresas, desarrollando actividades “anclas”, como podrían ser la minería, el petróleo, la generación de energía, la administración de un puerto, la puesta en valor de un atractivo turístico o la agroindustria, hace que se desarrolle un tejido empresarial que da cabida a más peruanos en la tarea de generar Bienestar y Desarrollo para todos.