
Fuimos con Pilar hace poco al último concierto de Joan Baez en Barcelona. A sus casi 70 años la…
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Fuimos con Pilar hace poco al último concierto de Joan Baez en Barcelona. A sus casi 70 años la voz tal vez ha perdido algo de fuerza, vigor y matices, pero su presencia esbelta y vigorosa continúa desbordando el escenario. Sin embargo, con el paso del tiempo, tal vez éstos no son los únicos cambios que han ocurrido.
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En todas las referencias del concierto destacaba al patrocinador: una entidad financiera. El largo itinerario que va de Woodstock y el We shall overcome a cobijarse bajo un banco es un buen reflejo del proceso de toda una generación.
El público perfilaba este itinerario: mucha gente con pinta de maestro o profesor de instituto a punto de jubilarse, profesores de universidad, abogados, algún dirigente de la patronal (y algún joven que parecía acompañar a sus padres con cara de estar pensando "qué demonios hago yo aquí")… Más que un concierto, era una liturgia. Nada nuevo, puesto que la mayoría de conciertos no son otra cosa. La peculiaridad era que, en esta liturgia, los asistentes parecían más dispuestos a aplaudir su propio pasado que a la cantante: era una celebración de la nostalgia. Ya podía insistir Joan Baez en que presentaría canciones de toda su trayectoria, que las únicas que conmovían y hacían reaccionar la audiencia desde el principio hasta el fin eran las que ella misma calificó como de su primera etapa. Y lo cierto es que, como dice un amigo mío, el tiempo no pasa en vano ni para las verdades eternas: escuchar hoy El preso número 9 en el contexto de la lucha contra la violencia de género es como escuchar una especie de himno oficial de los maltratadores rematado por fervientes aplausos (que no quedan justificados por el supuesto de que se trata de ir contra la pena de muerte). Ya hace tiempo que se avisó que no es lo mismo ser coetáneo que ser contemporáneo, y hay gente a la que le cuesta mucho volver al presente.
Que ha habido cambio y evolución no lo niega a nadie. Para seguir con los referentes que nos ocupan, sólo hay que escuchar dos versiones bien diferentes de Blowing in the wind para darse cuenta de ello. Pero hay dos cuestiones que siempre obvian los apologetas del cambio, que suelen vivir en la simplicidad de creer que el cambio siempre es bueno: hacia dónde se cambia (y desde dónde) y cómo se cambia. Dejemos ahora la primera cuestión, y vamos a la segunda. Joan Baez es un icono y un símbolo de unos tiempos y unas generaciones que querían ser diferentes, radicalmente diferentes. Unos tiempos y unas generaciones tan identificados con sus sueños, que ahora no sabría decir si todavía viven de ellos o aún viven en ellos… Ahora bien, la característica principal no era afirmar el hecho del cambio social y cultural, sino la creencia en que los cambios se pueden controlar, dirigir y protagonizar voluntariamente. Una fantasía de omnipotencia (y, a veces, también de prepotencia) cubierta de una pátina de pretendida superioridad moral frente a todos aquéllos que no interpretaban de la misma manera unos procesos que todos, en un grado u otro, protagonizaban. Ocurrieron muchas y diversas transformaciones. Y no todos los que hablaban y hablaban hasta el agotamiento de la dirección que había que emprender conseguían incidir decisivamente en la direccionalidad de los cambios: al fin y al cabo, son el resultado de un juego de fuerzas e influencias mutuas que, como es habitual, no dejan del todo satisfecho a nadie. Pero lo que quizás esto nos debería haber hecho aprender que el reto más importante no es el de poder colgarse la medalla de ser -cómo se decía de forma petulante- el sujeto histórico del cambio, sino en la capacidad de construir un itinerario vital que tenga sentido, y vivirlo con autenticidad. ¿Y hoy? Where have all the flowers gone? No hay que decir que cambio y transformación son la palabra a la orden del día. Pero son cambios y transformaciones que acontecen -aceleradamente y con gran intensidad- sin construir sentido. Sin brújulas (o con brújulas enloquecidas que no señalan ningún norte), ya sólo aspiramos, personalmente y socialmente, a la práctica del surf: mantener un equilibrio intestable sobre la fuerza imparable de las olas, con la incierta esperanza de no acabar engullidos por ellas. Quizás era exagerada, ingenua o incluso perversa aquella pretensión de querer hacer del cambio social y del cambio personal dos dimensiones de un único proceso. Quizás hay que renunciar a que los referentes ideológicos, y los simbólicos y emocionales tengan una cierta consistencia transversal. Pero tenemos que empezar a preguntarnos -seriamente- si podemos afrontar procesos de cambio sin construir criterio y sentido. Claro está que no podemos seguir explotando los resultados de una exploración que se llevó a término en épocas ya muy alejadas de las que estamos viviendo ahora, porque al final el resultado es entre entrañable, patético o cínico, en función de la autenticidad con que cada uno se aplaude retrospectivamente. No podemos vivir del eterno retorno de las diversas Joan Baez, aunque vengan disfrazadas de 2.0. Ahora bien: ¿podemos vivir sin ninguna Joan Baez? Reconozcámoslo: el escenario se nos ha quedado vacío, y no habrá patrocinador que consiga llenarlo. O tal vez se nos ha desmenuzado en una multitud de micro-escenarios. Algunos lo celebrarán, y lo considerarán la liberación más propia de nuestro tiempo. Otros simplemente, harán de la necesidad virtud. Otros quizás verán la oportunidad imprevista de un retorno que ya daban por inviable, y la posibilidad de ocuparlo un rato, aunque sea de forma esporádica. Pero -lo he dicho en otras ocasiones- no estamos viviendo una época de cambios, sino un cambio de época. Y el debate en un cambio época es si nos podemos permitir el lujo de vivir sin ideas-fuerza, sin criterios de actuación, sin referentes vitales y sin símbolos con densidad emocional que tengan la suficiente fuerza aglutinadora y que nos permitan identificar, en medio del ruido y la dispersión, aquellos vectores de fondo que hacen posible que los cambios (personales y colectivos) se conviertan en un camino de humanización. Fuente: |