Viñateros chilenos miden el CO2 producido por su actividad para usarlo como etiqueta verde y no perder a los clientes más exigentes…
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Viñateros chilenos miden el CO2 producido por su actividad para usarlo como etiqueta verde y no perder a los clientes más exigentes.
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En 2007, Tesco, una gran compañía británica de ventas al detalle, solicitó a la bodega chilena Concha y Toro que midiera los gases de efecto invernadero de cada botella de vino que produce. Concha y Toro utilizó una metodología conocida como huella de carbono, que analiza las emisiones directas —derivadas del consumo de materia prima, energía y agua— e indirectas, relacionadas con el embalaje y transporte de sus vinos.
Cuando determinó el peso de cada área en la producción de una botella de vidrio, pudo tomar acciones para reducir gases. Entre ellas, comenzó a usar botellas más livianas y emplear insumos que emiten menos gases de efecto invernadero (GEI, su sigla en inglés). También busca fuentes de energía alternativas. Chile emite unas 80 toneladas de CO2 al año —menos del 0,3% del carbono del planeta— y el vino consume sólo el 0,5% de la energía del país, pero cuestiones de mercado empujaron a Concha y Toro y a la industria vitivinícola a controlar sus emisiones. Chile produjo casi 900 millones de litros de vino en 2008, más de un tercio aportado por las marcas de Concha y Toro. Trazabilidad, la clave Muchos vinos chilenos están en la franja de precios medio-altos, en la franja premium y super premium, y son generalmente comprados por consumidores informados y que se suponen preocupados por el medio ambiente. “A futuro, nuestras exportaciones serán evaluadas por los consumidores extranjeros en función de su huella de carbono”, dice Sergio González, integrante del Instituto Nacional de Investigación Agraria y miembro de un panel intergubernamental sobre cambio climático. Sigue mi huella La implementación ha enfrentado obstáculos. La iniciativa es de carácter voluntario pues no hay legislación que obligue a informar sobre la producción de CO2 en vinos y tampoco existe acuerdo sobre la metodología a utilizar. Hoy predominan estándares creados por gobiernos nacionales, como la PAS 2050 británica y la Bilan Carbone de la Agencia Francesa del Medio Ambiente. Por razones como esas, el número de productos certificados a nivel mundial no es todavía relevante, pero eso puede cambiar en breve si prosperan alguno de los dos nuevos estándares globales en discusión, uno impulsado por la Organización Internacional para la Estandarización (ISO) y otro basado en el protocolo GHG (greenhouse gases). ¿Una nueva barrera comercial? Esto puede ser un problema a corto plazo, según especialistas, ya que buena parte de las exportaciones latinoamericanas van a países que están adoptando requerimientos más estrictos de información de emisiones. “Francia anunció que desde 2011 todos los productos, nacionales o importados, requerirán etiquetado obligatorio de sus huellas de carbono, un camino que seguramente seguirán otros países”, dice Sujeesh Krishnan, gerente de operaciones de Carbon Trust, en Estados Unidos. Algunos analistas consideran que las nuevas exigencias podrían suponer una nueva barrera para-arancelaria para países en desarrollo. Otros no descartan que en los próximos años EE.UU. y Europa limiten o apliquen aranceles a bienes con altas emisiones de carbono. Los beneficiados, como contrapartida, podrían ser los productores de mercados más cercanos, cuyos vinos podrían considerarse más limpios pues, a mayor distancia, el transporte emite más gases. Lo mismo podría suceder con el salmón chileno, el cacao ecuatoriano o las bananas centroamericanas. Un primer caso en esa línea es el de Walkers, una división de snacks de Pepsico, primera empresa en incluir información sobre huella de carbono en sus productos para Inglaterra. Como consecuencia, Walkers dejó de comprar papas a sus proveedores europeos y comenzó a abastercerse con producción de plantíos británicos. Disipar el humo Por ejemplo, un estudio hecho en Colombia llegó a la conclusión de que la huella de carbono de sus flores, a pesar del traslado en avión a Europa, es menor que el de las flores producidas en el mismo continente. Esto es porque los hibernaderos de la Unión Europea usan calefacción; Colombia, la luz solar. La matriz energética y el ya mencionado transporte son también campo de diferenciación. El envío en barco de manzanas chilenas a Holanda produce menos emisiones por unidad de volumen que por camión desde el sur de España, por ejemplo. Del mismo modo, es más limpio un productor neocelandés de leche que usa energías renovables que uno sudamericano, cuya producción utiliza más carbón. Criterios similares pueden aplicarse a otros factores de diferenciación como el mayor o menor uso de fertilizantes de origen petroquímico o el uso de empaques de plástico, madera o cartón. Lo que ahora procuran hacer los productores de fruta de Chile es determinar sus fortalezas para contrarrestar la creencia de que su huella de carbono, por efecto del transporte, es alta en comparación a otros países. En planes como estos u otros, Martin Seal, director de Sostenibilidad de PepsiCo Europa, sugiere que es clave que los gobiernos se involucren en el tema y “generen reglamentaciones e incentivos para que las empresas inviertan en huella de carbono y los consumidores se concienticen”. Si los vitivinicultores chilenos entendieron que la huella de carbono es un atributo de diferenciación para las empresas y aporta valor a la marca-país, ¿estará comprendiendo el mensaje de la misma forma el resto de América Latina? Fuente:
Contenido:
http://www.iadb.org/micamericas/section/detail.cfm?id=6517§ionID=INNOV
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