Por Stakeholders

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Por Dr. Gonzalo Castro de la Mata

Presidente del Panel de Inspección, Banco Mundial, Washington, DC

Científicos y economistas estiman el valor monetario de los servicios que proporciona la biodiversidad a las sociedades humanas entre los 100 y 150 billones (millones de millones) de dólares al año. Esta cifra astronómica equivale al doble del producto bruto global anual, es decir, dos veces la riqueza generada por todas las economías del mundo cada año.

De este valor, la mayor parte la contribuyen los servicios ecosistémicos que sustentan la vida en el planeta, incluyendo el reciclaje del agua y nutrientes en los bosques, la absorción del dióxido de carbono, la regulación del clima, la polinización, la reposición de suelos, etc.

Existen además otros beneficios derivados de la diversidad genética como base de la agricultura y la industria farmacéutica, y aquellos que son producto del uso directo de las plantas y animales. Obviamente, estos valores subestiman la importancia de la biodiversidad porque no incluyen otros valores como aquellos relacionados con la conservación de la naturaleza por su valor intrínseco.

¿Por qué entonces la biodiversidad se pierde a tasas cada vez más alarmantes, cuyo costo se estima entre los 4 y 20 billones de dólares al año? La respuesta es lo que los economistas denominan una externalidad económica: los servicios de la biodiversidad se consideran gratuitos y por lo tanto no se internalizan a través de señales económicas inmediatas que muestren el valor de esta pérdida.

Por ejemplo, cuando abrimos un caño y sale agua, su valor se cobra en función de los costos que van desde la toma de esta agua en un rio, pasando por la planta de tratamiento, hasta llegar a su destino final.

No incluyen, sin embargo, el valor de los bosques aguas arriba que lograron captarla y cuya conservación debería ser parte del costo total, ya que sin estos boques esa agua no existiría. Felizmente, hay avances concretos que paulatinamente están permitiendo tanto al estado como a las empresas internalizar los valores de la biodiversidad en sus decisiones.

La creación de áreas naturales protegidas es un ejemplo de la simbiosis que existe entre conservación y desarrollo, ya que estas áreas brindan servicios ambientales y oportunidades para la recreación y el turismo. Igualmente, muchas empresas están empezando a considerar la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas en sus decisiones.

Hay muchos ejemplos, como las empresas hidroeléctricas que tienen programas de conservación de peces rio abajo, porque saben que la sostenibilidad social de sus inversiones con las personas que viven de estos recursos depende de su mantención, o la conservación de bosques por empresas embotelladoras de refrescos, una decisión estratégica relacionada a la conservación del agua, su principal insumo.

Evidentemente falta camino por recorrer. En el Perú todavía estamos en la infancia con respecto al uso de incentivos económicos y mecanismos de mercado para promover la conservación en lugar de limitarnos al uso de regulaciones y prohibiciones, herramientas de política que no siempre son las más eficaces.

Siendo un país mega diverso, sin embargo, hemos avanzado bastante, y hay algunos rubros económicos como por ejemplo la gastronomía y el turismo que han sabido explotar las ventajas comparativas del territorio para vender una imagen, cuyo valor agregado reside en gran parte en esta biodiversidad.

Y si bien la conciencia ambiental se sigue incrementando, la destrucción de nuestra biodiversidad continúa a pasos agigantados. Hay luz al final del túnel, pero aún falta mucho para salir de él. Es posible sin embargo citar a Friedrich von Hajek para terminar en una nota optimista y enfatizar la capacidad de nuestra especie para encontrar soluciones a los problemas más difíciles: “la mente humana no puede predecir los límites de sus propios avances.”

 







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