Mientras el avance tecnológico acelera la digitalización global, una crisis ambiental crece de forma silenciosa: los residuos electrónicos. El descarte masivo de dispositivos, desde celulares y laptops hasta electrodomésticos y paneles solares, está generando una presión sin precedentes sobre el ambiente y los sistemas de reciclaje a nivel mundial.
Las proyecciones son contundentes. De no tomarse medidas estructurales, el volumen de e-waste seguirá aumentando de manera sostenida hacia 2030, con impactos directos en la salud, la economía circular y la sostenibilidad. El desafío ya no es solo tecnológico, sino estratégico y urgente para gobiernos, empresas y consumidores.
El mundo se encamina a generar 82 millones de residuos electrónicos para 2030, según E-waste
Según el Global E-waste Monitor 2024, elaborado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU) y UNITAR, el planeta generó 62 millones de toneladas de residuos electrónicos en 2022, una cifra récord. Sin embargo, las proyecciones son aún más alarmantes: para 2030 se alcanzarán 82 millones de toneladas, con un crecimiento anual cercano a los tres millones. A diciembre de 2025, el volumen global ya supera los 70 millones de toneladas.
El problema no es solo la cantidad, sino su gestión. Actualmente, más del 75 % del e-waste no se recolecta ni recicla formalmente, lo que implica que apenas uno de cada cinco dispositivos sigue una ruta segura de tratamiento.
De mantenerse esta tendencia, la tasa global de reciclaje podría caer por debajo del 20 % en 2030, advierte el informe GEM, exponiendo a millones de personas a contaminantes como plomo, mercurio y cadmio.
Paradójicamente, lo que se desecha es también una oportunidad económica perdida. En 2022, el valor estimado de los materiales contenidos en residuos electrónicos no reciclados, oro, cobre, litio, cobalto y tierras raras, ascendió a 57 mil millones de dólares. “El e-waste no es solo basura, es una mina urbana desaprovechada”, advierten los expertos del informe.
En América Latina, el desafío es estructural. La región genera cerca del 9,6 % del e-waste mundial, pero recicla formalmente solo una fracción mínima. Brasil, el país más avanzado, recupera menos del 3 %, mientras que en gran parte de Centroamérica predomina la informalidad, con graves impactos sociales y sanitarios.
Ante este escenario, la responsabilidad empresarial es clave. El manejo del e-waste exige ir más allá de acciones simbólicas y avanzar hacia diseño circular, responsabilidad extendida del productor, trazabilidad del reciclaje y educación al consumidor.
De cara a 2026, el e-waste se consolida como una prueba decisiva para la economía circular. Las soluciones existen. La pregunta es si el compromiso llegará a tiempo, antes de que esta ola tecnológica se transforme en un naufragio ambiental global.









