El voluntariado corporativo dejó de ser una acción simbólica para convertirse en un eje estratégico dentro de las empresas. En América Latina, más del 70 % de las organizaciones líderes ya vinculan sus programas de voluntariado con su core business, según Deloitte 2023, lo que refleja una tendencia clara hacia la integración de la sostenibilidad y la reputación en la gestión empresarial.
Este cambio responde a la presión de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y a la creciente demanda de coherencia entre discurso y acción, especialmente en un contexto donde los consumidores y los inversionistas exigen responsabilidad social tangible.
En el Perú, el World Giving Index 2022 posiciona al país como líder en participación voluntaria en Sudamérica, aunque aún enfrenta retos en la mediación de impacto y la integración de pequeñas y medianas empresas. Este escenario convierte al voluntariado en una herramienta clave para fortalecer cultura organizacional, fidelizar colaboradores y proyectar una reputación sólida en mercados cada vez más competitivos.
¿Cómo evolucionó el voluntariado corporativo en los últimos cinco años?
Ricardo Miranda, jefe de programas y proyectos en la Dirección de Sostenibilidad de la USIL, menciona a Stakeholders que, el voluntariado corporativo evolucionó de ser una práctica filantrópica aislada a convertirse en una herramienta estratégica.
“En los últimos cinco años, el voluntariado corporativo ha evolucionado de ser una práctica filantrópica aislada a convertirse en una herramienta estratégica que fortalece la sostenibilidad del negocio, el desarrollo del talento y la reputación corporativa”, afirma.
Miranda explica que las empresas ya no se conforman con contabilizar horas voluntarias, ahora miden resultados tangibles como acceso a servicios básicos, mejora educativa y reducción de brechas digitales.
Por su parte, Antonio Herrera, gerente del Albergue Frieda Heller, coincide en el que el cambio fue profundo y humano. “El voluntariado corporativo ha vivido una transformación profunda. Ha dejado de ser, en muchos casos, una actividad periférica, asociada a fechas simbólicas o acciones puntuales, para convertirse progresivamente en un espacio donde las personas encuentran sentido, propósito y coherencia entre lo que hacen y lo que la empresa dice representar”, señala.
Para Herrera, la consolidación de la agenda ESG, la presión por coherencia reputacional y el aprendizaje de la pandemia aceleraron esta evolución. Subraya que las nuevas generaciones valoran el propósito y la participación, lo que obliga a las empresas a ofrecer experiencias significativas.
Desde la visión del sector turístico, Silvia Quispe, representante comercial de Ecolucerna Lodge Tambopata, explica que su empresa busca fortalecer objetivos que alineen la operación turística con la conservación. “Negocio: garantizar la preservación del ecosistema como principal activo, con un entorno sano, aseguro que viabiliza la subsistencia de la empresa a largo plazo”, comenta.
Ante esto, Ursula Villarreal, Gerente Adjunto de Marketing de La Positiva Seguros, planteó con firmeza que La Positiva entiende el voluntariado corporativo como una herramienta estratégica que conecta propósito y acción.
“Buscamos fortalecer una cultura organizacional basada en la confianza, el compromiso y el trabajo colaborativo; reforzar nuestra reputación como una empresa responsable y cercana; y contribuir a la atracción y fidelización de talento que valora organizaciones con impacto social real”, asevera.
Medir el impacto para sostener el compromiso
En Ecolucerna, esa coherencia se expresa también en la forma de medir el impacto. La empresa prioriza indicadores sociales y ambientales que conectan directamente con el territorio.
Quispe detalla que evalúan el número de familias locales integradas a la cadena de valor, las horas de capacitación brindadas y la protección de más de 50 hectáreas de bosque primario y secundario.
“Los resultados se comunican en los reportes anuales de sostenibilidad y a través de plataformas digitales para dar transparencia a los huéspedes y aliados”, explica. Esta medición constante permite sostener el compromiso y legitimar el voluntariado como inversión social.
Herrera coincide en que la diferencia entre un voluntariado de alto impacto y uno simbólico no radica en la cantidad de actividades, sino en la claridad del propósito y la continuidad. “El voluntariado que transforma no se agota en una jornada aislada, sino que forma parte de procesos sostenidos”, sostiene. Desde su experiencia con más de 18 mil voluntarios, subraya que los programas exitosos definen con precisión qué problemática abordan, con quiénes trabajan y cómo evalúan los cambios generados en las comunidades.
El aprendizaje sobre la importancia del contexto local aparece con fuerza en el discurso de Quispe. Al intentar escalar proyectos de voluntariado, Ecolucerna comprendió que no puede imponer modelos sin validar las condiciones del territorio. “No se puede imponer un proyecto sin la validación previa de las condiciones locales”, afirma, y destaca el rol de los voluntarios como generadores de información cualitativa y cuantitativa. La empresa aprendió que el impacto real avanza con lentitud, pero que la constancia supera a la intensidad.
Esta idea dialoga con la advertencia que hace Herrera sobre los riesgos de los programas desconectados de la estrategia empresarial. “El principal riesgo es la pérdida de sentido”, señala.
Cuando el voluntariado se percibe como una obligación o un ejercicio de imagen, los colaboradores se desgastan y las comunidades reciben impactos limitados o incluso negativos. Para él, el voluntariado exige planificación, articulación y una responsabilidad ética que no admite improvisación.
Voluntariado y talento, una relación cada vez más estrecha
El rol del voluntariado en la motivación y el compromiso de los colaboradores emerge como un punto de convergencia entre las distintas experiencias.
En la selva, Quispe describe el voluntariado como un conector emocional que reduce la rotación de personal y transforma el trabajo diario en una misión de vida. “Genera orgullo de pertenencia”, afirma, y destaca su importancia en entornos aislados donde la moral del equipo resulta clave.
Desde una mirada corporativa más amplia, Herrera refuerza esta dimensión humana. Explica que el voluntariado influye en la atracción y retención de talento joven porque permite conectar valores personales con la cultura organizacional.
“Muchos colaboradores permanecen en una empresa no solo por lo que hacen dentro de su puesto, sino por lo que pueden construir junto a otros fuera de él”, sostiene. En ese sentido, el voluntariado deja de ser un beneficio adicional y se convierte en una herramienta estratégica de gestión de personas.
La experiencia de La Positiva Seguros, representada por su gerente adjunta de Marketing, Ursula Villarreal, confirma esta tendencia. Desde la empresa, entienden el voluntariado como una herramienta estratégica que conecta el propósito con la acción.
“Buscamos fortalecer una cultura organizacional basada en la confianza, el compromiso y el trabajo colaborativo”, explica, al tiempo que resalta su aporte a la reputación y a la fidelización de talento que valora el impacto social real.
En términos de medición, Villarreal señala que combinan indicadores cuantitativos y cualitativos, como el número de voluntarios, horas de voluntariado y beneficiarios, junto con encuestas de satisfacción.
Estos resultados se consolidan en el Reporte de Sostenibilidad y se reportan tanto al Directorio como a la casa matriz. Esta práctica refuerza la transparencia y posiciona al voluntariado dentro de los compromisos formales de la organización.
Aprender haciendo, habilidades que no se enseñan en el aula
El desarrollo de habilidades blandas y profesionales constituye otro eje central del diálogo. En la Amazonía, Quispe explica que el voluntariado enfrenta a los colaboradores a desafíos que ningún entrenamiento tradicional logra replicar.
La resolución de problemas complejos, la comunicación intercultural y el liderazgo situacional emergen de la interacción diaria con comunidades y entornos cambiantes. “Nuestras condiciones día a día son variables”, afirma, y subraya el valor de ese aprendizaje práctico.
Herrera amplía esta mirada al destacar el crecimiento del voluntariado basado en habilidades. Para él, este enfoque permite pasar de la buena intención a la creación de valor sostenible.
“Las empresas pueden contribuir de manera más potente cuando ponen al servicio de causas sociales aquello que mejor saben hacer”, sostiene. Este modelo fortalece capacidades locales y transforma la relación entre voluntarios y comunidades en un vínculo más colaborativo y menos asistencial.
La articulación con el Estado y otros actores aparece como un factor crítico para la sostenibilidad de los programas. Quispe considera que trabajar con entidades como SERNANP, Dircetur y los gobiernos regionales resulta obligatorio para asegurar la legalidad de las intervenciones y evitar duplicidades.
“Garantiza que las iniciativas se mantengan aunque cambie la administración del lodge”, explica, al referirse a la necesidad de convertir el voluntariado en una política de territorio.
Desde La Positiva, Villarreal coincide en que la articulación con gobiernos locales permite alinear esfuerzos y responder a necesidades reales de las comunidades. Herrera va más allá y sostiene que las alianzas definirán el futuro del voluntariado corporativo. “
Ninguna empresa puede generar impacto social duradero actuando de manera aislada”, afirma. Para el Gerente del Albergue Frieda Heller, las organizaciones sociales aportan conocimiento del territorio, el Estado genera marcos habilitantes y las comunidades deben asumir un rol activo como socias del proceso.
El futuro del voluntariado corporativo
Al mirar el nivel de madurez del voluntariado corporativo en el Perú, Herrera identifica avances y brechas. Reconoce una mayor visibilidad y articulación con áreas de sostenibilidad, pero advierte que muchos programas aún dependen del entusiasmo individual y carecen de estructuras sólidas.
Aun así, destaca el enorme capital social y la vocación solidaria del país, un potencial que exige una gestión más estratégica y profesional.
El futuro del voluntariado corporativo, coinciden las voces entrevistadas, exige coherencia, colaboración y una mirada de largo plazo.
Herrera imagina programas capaces de generar evidencia, aprender de manera continua y adaptarse a contextos cambiantes, siempre con las personas en el centro. Quispe insiste en que el voluntariado no constituye una actividad secundaria, sino una forma de investigación y desarrollo social. “Invertir en el entorno es asegurar la resiliencia del propio negocio”, afirma la representante de Ecolucerna Lodge Tambopata.
En este diálogo entre selva, empresa y gestión social, el voluntariado corporativo emerge como un espacio donde se cruzan propósito, impacto y sostenibilidad.
Lejos de la acción simbólica, se consolida como una herramienta que redefine la relación entre las empresas y su entorno, y que plantea una pregunta central para los próximos años, cómo construir valor compartido en un contexto de desafíos sociales y ambientales cada vez más complejos.









