El derretimiento acelerado del hielo en el Ártico ya supera registros históricos y activa procesos que afectan al clima, los océanos y la biodiversidad a escala global.

El Ártico registra un deshielo sin precedentes que altera corrientes oceánicas, eleva el nivel del mar y redefine el equilibrio climático del planeta, con impactos más allá de la región polar.
El Ártico registra un deshielo sin precedentes que altera corrientes oceánicas, eleva el nivel del mar y redefine el equilibrio climático del planeta, con impactos más allá de la región polar.

Por Stakeholders

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El Ártico, uno de los principales reguladores del clima del planeta, atraviesa un proceso de deshielo acelerado que ya rompe récords históricos. El aumento sostenido de las temperaturas está transformando una región clave para el equilibrio térmico global, con efectos que van más allá del Círculo Polar.

La pérdida de hielo, nieve y permafrost no es un fenómeno aislado ni local. Los cambios que se registran en el extremo norte influyen directamente en corrientes oceánicas, patrones atmosféricos y eventos climáticos extremos en distintas partes del mundo.

El Ártico se derrite a ritmo récord y redefine el clima global

El Ártico, uno de los principales reguladores del clima del planeta, atraviesa una transformación acelerada sin precedentes. El aumento sostenido de las temperaturas está alterando un territorio históricamente helado y convirtiéndolo en una región más cálida, húmeda e inestable.

Estos cambios advierten los científicos, no se limitan al extremo norte: sus efectos ya se propagan a océanos, atmósfera y ecosistemas a escala global.

El calentamiento rompe equilibrios que se mantuvieron durante miles de años y concentra en pocas décadas procesos que antes tomaban siglos. El resultado es un Ártico que pierde hielo, cambia sus paisajes y envía señales claras de alerta al sistema climático mundial.

Uno de los indicadores más críticos es el deshielo récord de glaciares. En el Ártico europeo y en el archipiélago de Svalbard se registraron las mayores pérdidas anuales observadas, mientras que en Groenlandia la capa de hielo mantiene una tendencia sostenida de retroceso.

En Alaska, los glaciares han reducido de forma marcada su espesor, modificando el relieve y aumentando la inestabilidad de amplias zonas montañosas. Este proceso contribuye directamente al aumento del nivel del mar y eleva los riesgos de inundaciones y erosión costera en regiones alejadas del Polo Norte.

La nieve, otro componente clave del equilibrio térmico, también está desapareciendo antes. Aunque algunos inviernos presentan nevadas intensas, la cobertura nival de junio es hoy apenas la mitad de la registrada hace seis décadas.

Al perderse esa superficie blanca que refleja la radiación solar, el suelo y el aire absorben más calor, lo que intensifica el calentamiento y altera los ciclos del agua en comunidades y ecosistemas árticos.

El deshielo del permafrost añade una amenaza adicional. Al degradarse el suelo congelado, se liberan hierro y otros metales atrapados durante miles de años, lo que vuelve anaranjados y más ácidos a ríos y arroyos. Esta alteración de la calidad del agua afecta peces, invertebrados y cadenas alimentarias completas.

Paradójicamente, la tundra se vuelve más verde. La expansión de la vegetación modifica hábitats y ciclos de nutrientes, pero también retiene más calor y puede acelerar aún más el deshielo del permafrost. Lejos de ser una buena noticia, este “enverdecimiento” revela un ecosistema más frágil e inestable.

Lo que ocurre en el Ártico no queda confinado al Círculo Polar. El derretimiento del hielo reduce la capacidad del planeta para reflejar calor, altera corrientes oceánicas clave y libera gases y metales que aceleran el cambio climático. El mensaje es claro: el Ártico es hoy una advertencia global de un sistema terrestre llevado al límite.

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