
El blog de Josep M. Lozano
En la serie Los Borja que emitía TV3 uno de los personajes le comenta a otro que entre la muerte de un papa y la elección del siguiente se producía «un vacío de liderazgo». Esto es lo que ocurre cuando proyectamos en el pasado nuestras concepciones: que no resulta creíble oír aquella gente hablar de liderazgo. Pero esto no quiere decir que quien esté preocupado hoy por el liderazgo no se pueda acercar con provecho a los clásicos.
La antigua religión del maniqueísmo presentaba una división primordial del mundo entre dos principios, el Bien y el Mal, que a su vez dualizaban nuestras vidas. El maniqueísmo negaba la responsabilidad humana por los males cometidos, porque creía que no eran producto de la libre voluntad sino del dominio del principio del mal en nuestras vidas.
El maniqueísmo fue combatido por el cristianismo, pero la estructura básica de esta doctrina ha perdurado en nuestra cultura, la podemos ver patente en muchos guiones cinematográficos de Hollywood. En estas historias el bien lucha contra el mal y ambos son diferenciables, como dos posiciones extremas. Este esquema simple ha contribuido a fortalecer el supuesto de que los (líderes) buenos sólo pueden hacer el bien, y los (líderes) malos están condenados a hacer el mal, porque bondad y maldad dependen de principios diferentes.
La dinámica del liderazgo nos enseña que el mal no está ahí fuera, sino que todos tenemos nuestros demonios interiores. Luces y sombras, humildad y vanidad, sencillez y arrogancia son parejas de contrarios que nos acompañan en nuestra vida. La frontera entre el bien y el mal es difusa y solemos bordearla en muchas de nuestras decisiones y acciones.
George Lucas trasladó a la pantalla, a través de la saga Star Wars, esta ambigüedad entre el bien y el mal, y rompió el viejo esquema maniqueo. En sus películas, los personajes Jedi son guerreros espirituales conectados a la Fuerza, un poder omnipresente en el Universo que les permite disponer de unas habilidades únicas. Los poseedores de la Fuerza pueden aprovecharla para transformar la realidad. Pero a diferencia del maniqueísmo, la misma Fuerza contiene en su seno dos lados: el luminoso y el oscuro. Cada uno de ellos ofrece habilidades diferentes, pero el lado oscuro -que conduce a la muerte- es más rápido de alcanzar e incontrolable, y es más adictivo, desfigura la fisonomía de su cuerpo, como es el caso del personaje de Darth Vader . El paso de un lado a otro tiene que ver con la conciencia de los límites por parte de los Jedi.
La película-saga de Lucas sigue la vida y transformación del niño Anakin Skywalker: comienza cuando es pequeño, con la introducción a la Fuerza, continúa ya de joven, con la conversión en Jedi y el aprendizaje del ejercicio del lado luminoso, y llega finalmente a su caída en el lado oscuro, que lo transforma, de adulto, en Darth Vader. Anakin llegará a ser primero un caballero Jedi y un héroe de guerra. Pero el reconocimiento de los demás, las expectativas depositadas en él y su gran autoconfianza harán que sea cada vez más arrogante, hasta derivar hacia el lado oscuro. El paso del buen liderazgo al mal liderazgo es justamente eso: una deriva, a menudo sutil e imperceptible, que nos acaba transformando. Y la transformación de los líderes (empresariales, políticos, sociales, deportivos…) no proviene sobre todo de sus fracasos, sino de la mala digestión de sus éxitos.
David Owen explora en un libro las enfermedades de los dirigentes mundiales de los últimos cien años y detecta un síndrome que a menudo les afecta: la hybris. En la Grecia antigua, la hybris caracterizaba el pecado de desmesura de los héroes y, en general, de los hombres. Era un acto de intemperancia y una demostración de soberbia por el que un personaje poderoso, hinchado de orgullo, trataba a los demás con insolencia y desprecio. El recorrido clásico de la hybris pasaba por los cinco estadios siguientes: éxito, gloria, alteración de la conducta (hybris), error y némesis.
Owen señala estos rasgos erróneos característicos de los líderes afectados por la hybris:
1) Persistencia en una acción demostrablemente inviable y contraproducente y rechazo de todo consejo. 2) Incapacidad para cambiar de dirección y admitir que se ha cometido un error. 3) Modificación de las facultades cognitivas. Hipomanías: euforia, autoconfianza desbordante, «infalibilidad». 4) Embriaguez del poder y de orgullo. 5) megalomanía.
En la tragedia griega, la arrogancia y la desmesura condenaban los líderes a pasar del éxito y la gloria al castigo de la cólera de Némesis, la diosa de la venganza y la justicia retributiva. El castigo tenía como efecto devolver al individuo a los límites rebasados. Herodoto decía: «La divinidad fulmina con sus rayos los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición. La divinidad tiende a abatir todo lo que sobresale en exceso.» Y el mismo castigo lo podemos leer en Eurípides: «Aquel a quien quieren destruir, los dioses primero lo vuelven loco». La hybris como falta, como violencia ebria de los poderosos castigada por Némesis, nos ayuda a entender la moral de la acción de los buenos líderes como una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, la mesura en todas las cosas, el nada en exceso, la conciencia del límite y de nuestro lugar en la tierra, sin perder nunca el mundo de vista.
Quizás no veremos los clásicos hablar de liderazgo. Pero comprender mejor qué significa la hybris, por ejemplo, nos ayudará a entender mejor los márgenes del liderazgo de hoy.