Por Stakeholders

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Dos chicas rubias, la una de ojos claros, delgada y con vestido ligeramente suelto; la otra aun más delgada, blusa medianamente transparente…

  
Dos chicas rubias, la una de ojos claros, delgada y con vestido ligeramente suelto; la otra aun más delgada, blusa medianamente transparente y jean apretado, caminan presurosas en medio de un grupo de militares que no deja de observarlas de pies a cabeza.

Con la mirada puesta en su camino atraviesan rápidamente el pasillo que las conduce hasta el lugar acondicionado para la feria de moda más importante de este país, que se realiza durante los últimos días de abril.

Nadie dudaría que son modelos profesionales. Nadie dudaría que van al último desfile de modas de esta tarde, al cierre de la XII edición de Perumoda, donde se exhiben las más bellas modelos, las últimas tendencias de la moda peruana, cientos de diseños de joyas y artesanías y toda la espectacularidad de ese universo imaginario.

Es tarde de viernes, hace calor y ya se comienza a notar el ambiente de carreras ante la clausura del evento que ha traído a miles de personas vinculadas a este negocio hasta el Pentagonito, el cuartel militar más importante del Perú, la fortaleza militar que carga con una fama no muy santa.

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Pienso que quizás pocas de las personas que durante estos días han caminado por este lugar, conocen la historia macabra del Pentagonito. O tal al vez sean muchas, pero no es que lo estén gritando con megáfono en mano. Quién sabe.

Lo que sí es cierto es que han pasado varios años desde que terminó el régimen de Alberto Fujimori y con él  los asesinatos de varias personas en los sótanos de este lugar, el mismo por donde hoy caminan modelos, empresarios y gente chic.

En la época de Fujimori el Cuartel General del Ejército fue un centro estratégico donde el gobierno planeaba la guerra contra el terrorismo de Sendero Luminoso. Tanto que hasta el mismo presidente disponía de un departamento en el último piso de la emblemática torre del lugar, desde donde podía observar buena  parte de la ciudad: la congestionada y contaminada Lima.

Pero la historia macabra se desarrolló en los conocidos sótanos del SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército), donde varias personas, acusadas de terrorismo, fueron detenidas, torturadas, asesinadas y hechas cenizas en los mismos hornos que inicialmente fueron utilizados para quemar los papeles sobrantes del edificio.

Según el testimonio de Jesús Sosa, integrante del grupo paramilitar Colina, en los sótanos del Pentagonito fueron torturados y asesinados el panadero Justiniano Najarro y los universitarios Keneth Anzulado y Javier Roca, sospechosos de pertenecer a la guerrilla de Sendero Luminoso.

Allí también fue asesinado el sargento ecuatoriano Enrique Duchicela, acusado de entregar información al gobierno de su país.

De hecho, era el mismo Sosa el encargado de incinerar los cuerpos y esparcir sus cenizas en los jardines principales del Pentagonito, por lo que bien se ganó el alias de ‘Kerosene’.

En base a la narración de Sosa, el periodista Ricardo Uceda reconstruyó los hechos de los sótanos del SIE y publicó, en 2004, el libro Muerte en el Pentagonito.

“–¿Qué necesitarías? –dijo Hanke. –Cuatro cargas de leña, mejor de eucalipto; kerosene y petróleo. Rivera no insistió en proponer otro método. Pero aportó una idea: ¿y por qué mejor no usar gasolina? –Eso ni pensarlo –dijo Sosa–. La gasolina, mi comandante, arde y se consume, en tanto que el petróleo se adhiere a los cuerpos y combustiona más. El kerosene le da fuerza a la combustión y no permite que se apague la llama. Es una buena combinación. Y conviene el eucalipto porque su olor característico disimula el de la carne quemada, que es muy intenso”, escribió Uceda a partir de los detalles contados por Jesús Sosa.

El libro “no es más que la revelación, en base a testimonios y pruebas documentales, de que el sótano del Cuartel General del Ejército peruano, conocido por todos como el Pentagonito, se convirtió en un cementerio donde secuestraban, torturaban e incineraban cadáveres”, reseña en internet la bloguera peruana Luz Mariela Luján.

Por estos mismos sótanos también pasaron, en 1992, el periodista Gustavo Gorriti y el empresario Samuel Dryer, que contaron con mejor suerte y salieron con vida gracias a la presión de varios medios de comunicación.

Ahora, con más argumentos, sí creo que este tema sea poco conocido por las nuevas generaciones de peruanos y que muchos de los mayores ya ni lo recuerden. Mucho menos las modelos que en esta tarde calurosa de viernes  cruzan presurosas para llegar a tiempo al último desfile de Perumoda.

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Al finalizar la tarde he decidido no ir al último desfile donde estarán las modelos rubias  y hacer un pequeño recorrido por el lugar y llegar hasta donde los militares me lo permitan. Camino por entre el corredor, cien metros más arriba de donde se encuentra instalada la calurosa carpa de Perumoda, y encuentro un pequeño supermercado donde los militares pueden comprar desde una gaseosa, hasta un par de  botas como las que utilizan los soldados peruanos.

Las botas tienen un costo de 220 soles (unos 70 dólares). Un uniforme con pantalón y camisa puede comprarse en cien soles (33 dólares), y una camiseta en unos 20 soles (7 dólares). Pero lo que más me asombra es que cualquier civil puede llevarse los artículos que desea sin que nadie se lo impida.

¿Será acaso que cualquiera puede montar una revolución armada comprando aquí los mismos uniformes que utiliza el Ejército?

Camino por el mercado y veo tiendas con equipos de sonido, televisores y comidas rápidas. “Los militares del cuartel pueden llevar sus artículos a crédito”, me cuenta una de las vendedoras. Yo le digo que me parece interesante, pero lo que más atrae mi atención es la “historia no tan buena” del Pentagonito. La mujer lanza una carcajada cómplice y al final dice: “¡No se puede creer en todo lo que cuentan!”.


Poco a poco va llegando la tarde y el Cuartel General del Ejército se va desocupando de visitantes. Todo vuelve a la normalidad, los militares siguen con su rutina y el espacio se vuelve más silencioso, quizá como muchos de los sótanos que hay en este lugar y que pocas personas conocen, o como la memoria de los que por allí ingresaron obligados alguna vez y de los que nunca se supo nada más.

Ese silencio parece quedar en el ambiente una vez el ruido de la moda abandona el Pentagonito.







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