Por Stakeholders

Lectura de:

Bernardo Kliksberg
Asesor de diversos organismos
internacionales.

Los océanos y los mares son decisivos para la subsistencia de la especie humana. Constituyen el 80% de la superficie total de la tierra. Generan el 50% del oxígeno que respiramos. Absorben el 25% del dióxido de carbono de la atmósfera, principal gas impulsor del calentamiento global. Proporcionan alimentación a un alto porcentaje de la población mundial. 

En la segunda conferencia mundial dedicada a los océanos (Lisboa, junio 2022), la ONU los declaró formalmente en estado de emergencia. Antonio Guterres, su secretario general, expresó: “Pido disculpas a los jóvenes en nombre de mi generación por no haber protegido el océano. Hemos dado por sentado el océano y ahora nos enfrentamos a una emergencia oceánica”. Agregó: “Hoy vivimos una triple crisis, crisis climática, crisis de la biodiversidad, y crisis de la contaminación, y el océano es el punto de recepción de todas esas crisis”. 

Las tendencias son graves. Se arrojan a los océanos el equivalente a un camión de basura por minuto. El 80% de las aguas que se tiran a ellos no están tratadas, son sucias. Reciben 8 millones de toneladas de plásticos por año. El Océano Pacifico contiene plásticos que ocupan 1.6 millones de kilómetros cuadrados, tres veces la superficie de Francia. Los microplásticos que se desprenden de los plásticos matan anualmente un millón de aves marinas y 100.000 mamíferos. El aumento de las temperaturas de la tierra provoca estragos en los mares. Los acidifica y destruye masivamente los bancos de corales que son fundamentales para la subsistencia de numerosas especies pesqueras. Los corales no pueden soportar temperaturas elevadas y perecen volviéndose blancos. Otro factor de deterioro es la sobrepesca que se estima es ya un tercio de la pesca total. 

Los perjuicios son de gran envergadura para los países en desarrollo. Viola las aguas jurisdiccionales y es realizada en gran parte por flotas de países desarrollados que son altamente subsidiadas por sus Estados. Se estima que les aportan 22.000 millones de dólares en subsidios. El Banco Mundial calcula que causa a los países afectados pérdidas económicas por 83.000 millones de dólares anuales. La FAO reporta que “no solo genera consecuencias negativas en la biodiversidad y los ecosistemas, sino que también daña la seguridad alimentaria y la situación socioeconómica de muchas comunidades costeras”. Su impacto ha incidido fuertemente en que la población de especies de peces no sustentables pasará del 10% en 1974 a 34,2% en 2017. 

A todo ello se ha sumado actualmente la explotación minera en escala del fondo del mar. Destroza rocas para tratar de extraer minerales como el manganeso y otros para emplearlos en baterías. Entre otros, el presidente de Francia, Macron, ha exigido su prohibición porque daña sustancialmente los ecosistemas. Ante todo esto, apenas menos del 10% de los océanos han sido declarados áreas protegidas. 

Es posible enfrentar el problema. La ONU exige medidas rápidas y la Conferencia sobre los Océanos aprobó proteger el 30% de los océanos para el 2030. Tiene que haber cambios en la responsabilidad ambiental empresarial. Guterres ha señalado a los líderes económicos que anteponen las ganancias a la sostenibilidad. Destacó especialmente el caso de la industria de combustibles fósiles resaltando que “durante décadas la industria petrolera ha estado gastando millones en ciencia falsa y relaciones públicas para persuadir que no es contaminante y desconocer el cambio climático”. Son estimulantes ejemplos como el del nuevo gobierno de Australia. Este anunció en Lisboa que será prioridad en su gestión defender el medio ambiente, y que se propone preservar por todos los medios la gran barrera coralífera, la mayor del mundo en franco deterioro en la gestión previa.







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