Por Stakeholders

Lectura de:

Jorge Melo Vega Castro
Presidente de Responde

Desmantelar la escuela privada, nacionalizar la energía, el servicio de agua e Internet, otorgar una renta básica universal, no son propuestas chavistas, de Evo Morales o de alguna agrupación radical peruana, en este caso se trata del plan de gobierno del Partido Laboralista Británico en las recientes elecciones, organización que ha gobernado Inglaterra casi 30 años en el último siglo. No muy lejos de estas propuestas están las del candidato demócrata Bernie Sanders en los EEUU, con iniciativas que cuentan con un gran respaldo electoral.

Esto es, que en países percibidos como referentes, hoy se tienen serios cuestionamientos hacia el capitalismo, modelo económico que ha sido el motor del desarrollo de los últimos 200 años.

No podemos negar que hay un importante movimiento global de insatisfacción frente al capitalismo y al accionar de las empresas y el Estado. Si bien es incuestionable que la economía global ha crecido alrededor de este modelo, también es cierto que las sociedades han evolucionado y ya no les es suficiente la velocidad con la que el progreso social avanza y demandan grandes cambios, que muchas veces se confunden con postulados ideológicos trasnochados, pero que indudablemente cada vez adquieren mayor fuerza. Lo desconcertante es que estas soluciones son impulsadas por ciudadanos que viven en zonas con una buena calidad de vida.

Estas sociedades más evolucionadas no permiten y les resulta intolerable muchas prácticas empresariales que hasta no hace mucho resultaban comunes. Casos como las relaciones laborales inequitativas sea por el origen social, racial, género, o el caso de empresas que descuidaban al medio ambiente, que ofrecían poca información sobre los productos a los clientes y preferían no conocer las inseguras e insalubres actividades de los proveedores, para pagarles menos. Ante esas malas prácticas el sector empresarial reaccionó e impulsó un movimiento por la responsabilidad social o gestión de la sostenibilidad, que ha ayudado a mejorar el desempeño de las empresas, más allá del mandato de la ley.

Pero más allá de las buenas prácticas de algunas empresas, es cierto que por otro lado se toman decisiones económicas, que terminan afectando el libre mercado. Uno de esos casos es el de las empresas más grandes del mundo que tienen unas prácticas empresariales poco competitivas.

Son una especie de ogros que engullen lo que encuentran a su paso, como son los emprendimientos o desarrollos tecnológicos que pueden potencialmente competir con ellos, o empaquetan sus productos desincentivando el desarrollo de alternativas que pudieran reducir su dominio, limitan la cadena de acceso al cliente haciéndose de toda su información y afectando la toma de futuras decisiones, entre otras intrusiones. Es por ello que la autoridad de la competencia en Europa intenta vigilar y sancionar, sin llegar a entender todavía el modelo de negocio que hay atrás. Asimismo, el comportamiento fiscal de estas grandes empresas es muy cuestionable, ya que al ofrecer servicios globales evaden las legislaciones nacionales y compiten deslealmente con proveedores nacionales.

El modelo capitalista está reprobado en estos momentos, por la insatisfacción de millones de ciudadanos, que a la vez asocian sus cuestionamientos al sistema democrático predominante, sobre todo por su insatisfacción con las instituciones. Elegir representantes ya no es más sinónimo de democracia, la democracia demanda bienestar, calidad de vida, desarrollo sostenible y el capitalismo, su socio, no lo permite. Por ello, el tema de agenda prioritario pasa por la revisión del capitalismo, se dice fácil, pero exige que los ciudadanos y sus líderes esbocen y canalicen adecuadamente la reforma del modelo sin pretender destruir el Estado, que definitivamente es parte indispensable para que la reforma ocurra.

 







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