Por Stakeholders

Lectura de:

Hans Rothgiesser
– Director Adjunto Revista Stakeholders

En el último CADE por la Educación se hizo hincapié en la importancia de darles margen a los estudiantes para que cometan errores. Y si bien no es tan fácil como algunos de los expositores sugerían, es una buena política que no solo se debe fomentar al nivel escolar o universitario. Debería ser algo que asumamos como sociedad.

Y es que los peruanos somos más bien intolerantes al fracaso: Nos sentimos terriblemente mal si fracasamos en algo, nos lo recordarán eternamente los amigos, etc. Esto es particularmente necesario en el sector empresarial. Nadie nace siendo un genio de los negocios. O casi nadie, en todo caso. Uno llega a aprender cómo es que se hacen las cosas en el mundo de los negocios a punta de prueba y error. Ir a la universidad ayuda, pero no es definitivo.

Por lo menos hasta donde yo sé, no hay un curso en donde te enseñen a negociar con un microempresario informal en quien no confías completamente, por ejemplo. De hecho, ésta era una de las razones por las cuales los argumentos de algunos de los promotores del retiro del 95.5% de las AFP al llegar a los 65 años me preocupaban bastante.

Porque se proponía que a esa edad uno mágicamente se convertía en un experto empresario que sabía mejor que la AFP qué hacer con su dinero y cómo sacarle mayor provecho. Y como para dejar en claro que esta idea era incorrecta, se mencionaba como ejemplo el usar ese dinero para comprar un inmueble que luego se alquilara por una renta mensual, que se suponía que sería mayor a lo que la AFP te ofrecía si dejabas tu dinero con ella.

Algo que matemáticamente simplemente no cuadraba. Con estudios y con experiencia uno va reduciendo la probabilidad de meter la pata. No obstante, esta posibilidad siempre está ahí, por más pequeña que sea. Ante el fracaso -ante un negocio que no hace dinero, por ejemplo- lo que queda es aprender para luego aplicar esta lección. No obstante, para aprender de esa lección, necesitas antes aceptar que has fracasado y que algo falló.

Recién entonces estás listo para la experiencia enriquecedora de aprender de la experiencia. En el libro “Respuestas para los 90s” que escribieron Felipe Ortiz de Zevallos y Pedro Pablo Kuczynski hace más de un cuarto de siglo, se comentaba precisamente esto. Cómo los empresarios peruanos tienen un problema con respecto a su capacidad para aceptar que un proyecto no había funcionado, cerrarlo, aprender del fracaso e intentarlo de nuevo.

Cuando hablamos de políticas públicas en el Perú curiosamente sucede lo contrario: No hemos aprendido la lección a pesar de que la hemos embarrado varias veces. Por ejemplo, no es raro escuchar en el Congreso propuestas de normas que plantean controlar precios, a pesar de que los textos de economía elemental te advierten de las consecuencias negativas de esas medidas. Pero no sólo eso, sino que en los años ochenta nosotros mismos nos convertimos en caso de estudio para el mundo de lo dañino que puede resultar controlar precios de productos que no requieren tal intervención.

En todo caso, aprender a aprender de nuestros errores no es fácil. Implica un nivel de autoestima que pareciera que se nos escapa. Seamos lo suficientemente humildes como para aceptar que sí, pues. A veces nos vamos a equivocar y que lo que nos queda en esas circunstancias es aprender del error.







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