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Por Bernardo Kliksberg

Asesor especial de diversos organismos internacionales

La foto apareció en innumerables periódicos del mundo. Es la de un niño sirio, Omran Daqneesh. Está sentado en una ambulancia en Alepo, cubierto de polvo y sangre. Pertenece a una generación muy especial, los niños que nacieron en medio de la guerra y que no han conocido otra realidad que esa. Su imagen evoca inmediatamente la de otro niño sirio Aylan Kurdi, de solo tres años, que pereció en el Mediterráneo y al fornido guardia turco, que tomó en brazos su cuerpecito en la playa, sin poder retener las lágrimas.

Ellos representan diversas expresiones de la mayor crisis de refugiados que vive el género humano desde la segunda guerra mundial, y que ha afectado particularmente a los niños. Hay 1.1 millón de niños sirios refugiados.

Una situación como no se veía desde Ruanda, dice un vocero de ACNUR. Más de la mitad de estos niños no van a ninguna escuela. Según el informe que termina de producir ACNUR, la alta comisión para los refugiados de la ONU, ellos llegaron en el 2016, a 65.3 millones una cifra record en la historia, y siguen aumentando fuertemente. Su número ascendió en un 55% en los últimos cuatro años. Las cifras  son encabezadas por Siria con 5 millones, Afganistán con 2.7 millones, Somalia con un millón, y siguen Sudan del Sur, Sudan, y Congo.

Todos los días 34.000 personas se ven obligadas a huir de sus hogares, buscando desesperadamente cómo sobrevivir. En un país como Siria, junto a los que huyeron al exterior, hay 6.6 millones de desplazados internos, y en Irak, 4.4 millones de desplazados.

Si se toman todos los refugiados serían la nación número 21 del mundo en términos de población. Los apatridas, personas que no tienen ninguna nacionalidad, totalizan ya más de 10 millones. Hace pocos años, el Papa Francisco, viajó a la Isla de Lampedusa adonde llegan muchos refugiados para tratar desde allí de hacer la riesgosa travesía por mar a Europa, rezó allí con los desesperados, y por ellos. Fue la primera personalidad mundial en llegar a ella. Hablo después para el Parlamento Europeo y le advirtió: “Uds. están convirtiendo al Mediterráneo en una fosa gigantesca”. La Organización Internacional de Migraciones estima que 10.000 personas, entre ellos muchos niños, perecieron efectivamente en ese mar desde octubre del 2013.

Los niños han tenido un capítulo especial en esta catástrofe humanitaria. 96.000 niños no acompañados, llegaron a Europa en el 2015. En el 2016, la cifra sigue en ascenso. Muchos son objeto de todo tipo de violencias por parte de los traficantes. Algunos desaparecieron después de haber sido registrados, y no se conoce su paradero. La inmensa ola de refugiados ha encontrado en muchos lugares reacciones xenófobas que han agravado su situación. Los movimientos europeos de ultraderecha o neonazis, muy pequeños después de la segunda guerra, y ahora fortalecidos, tratan de convertirlos en los chivos expiatorios, de los difíciles problemas económicos y sociales del viejo continentes, y con consignas demagógicas cultivar el odio y el racismo entre la población para crecer electoralmente.

Algunos sectores sociales han caído en esta trampa. Por otra parte, mientras no se encaren sus causas estructurales, como las guerras, la gran pobreza en Africa, y también los impactos del cambio climático sobre los más pobres, las migraciones continuarán aumentando. Se estima que hay 235.000 personas tratando de migrar en Libia, y 956.000 en los países del Sahel africano.

Hay quienes dan ejemplo diario de cómo se debe actuar, como los integrantes de Médicos sin Fronteras, organización Premio Nobel de la Paz, que montó pequeños navíos para ir a rescatar náufragos en el Mediterráneo, y salvó más de 15.000 vidas, o como el Papa Francisco que volvió a Lampedusa hace poco acompañado de las máximas autoridades espirituales de otras religiones para desde allí exigir acción solidaria al género humano. Ellos han indicado el camino a seguir.

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