Por Stakeholders

Lectura de:

Por: Alfredo Draxl G.R.

Centro Internacional para la Educación y el Liderazgo


Mirar las noticias de todos los días y hablar de “El Perú que queremos para el centenario” parece un contrasentido, pues la expresión requiere un “nosotros”, un sujeto común que asuma el carácter colectivo de la convocatoria y que esté dispuesto a ir más allá de sus intereses particulares en la búsqueda del bien común.  Parecemos abundar en líderes manipuladores o negociadores, pero parece ser que como sociedad estamos pobres de líderes institucionales, es decir, aquellos que inspiran y hacen crecer a todos.

¿Por qué Fracasan los países? Se pregunta el título de un reciente ensayo publicado por Acemoglu y Robinson, que argumenta precisamente que no hay que buscar a los culpables en la pobreza de recursos naturales, o en la geopolítica, sino en el capital social de un país. Es decir, la calidad y frecuencia de las redes de relaciones personales que permiten la colaboración entre los individuos de un país para el logro de objetivos comunes y que se plasman en normas no escritas y en sus instituciones. Las naciones con alto capital social, históricamente han crecido a ritmos más elevados que aquellas que son comparativamente más ricas en capital humano o natural, pero pobres en capital social.

La buena noticia es que, a diferencia del capital natural, el capital social puede desarrollarse. No es algo que algunas sociedades tengan por determinación natural. Y este es el espacio del liderazgo institucional.  Es la influencia de los líderes culturales y políticos; de los artistas y religiosos, de los educadores y los empresarios que con sus actos y palabras alimentan un manera particular de entendernos y relacionarnos. Es el liderazgo positivo de Gastón y su cocina; el liderazgo paternal del padre Chuquillanqui en Manchay; la seriedad y confianza que emana Gareca; lo que el pueblo de Lima adivinó en el gesto sobrio y profesional del Jorge Muñoz. ¿Son solo unos pocos? Al contrario. Es la mayoría, una mayoría silenciosa, como solía decirse, pero que tiene que tomar conciencia del impacto que tiene en la conciencia colectiva del país.

Los líderes empresariales tienen un gran poder en ese sentido. Son siempre visibles, tienen gran capacidad de comunicación y llegan a cientos o, a veces, a millones de personas. Las asociaciones profesionales y los gremios multiplican ese poder. El Perú que queremos empieza con el que tenemos. En los gestos y proyectos de cada día. En los mensajes que transmitimos cotidianamente.

Es hora de levantar la mirada a los ideales que nos animan. Aquello que verdaderamente nos saca de la cama todos los días. Es el momento de destacar los pequeños grandes gestos que pasan todos los días al interior de la institución y permitir que hablen e inspiren a todos: la generosidad de uno, la gratitud, la perseverancia en los retos, etcétera. Es hora de hablar también de ello en la familia: quiénes somos, cómo somos como familia. Elevar los estándares. Una pedagogía de lo cotidiano.

El liderazgo que transforma es aquel que genera cambios positivos y perdurables en las personas. El que marca vidas y deja un legado. No está en un programa o en una plataforma política. Esta aquí, en la cultura que creamos en la empresa y proyectamos a la sociedad.







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